Durante varios siglos, el libre comercio, igualmente como teoría y como práctica, ha sido ampliamente aceptado como una poderosa herramienta para que las naciones del mundo aumenten su riqueza.
Sin embargo, la alarmante propensión a sobrepolitizar la política, que ha servido como motor indispensable de la economía mundial, está emergiendo y amenaza con desbaratar el esfuerzo internacional por alcanzar una recuperación fuerte y sostenible.
Para algunos países, un acuerdo de libre comercio es tan sólo una herramienta política para ayudarles a ejecutar su agenda diplomática y ganar el combate sobre quién puede hacerse con el poder de escribir las reglas de la economía global.
Este fue el modo de pensar que dio lugar a la Asociación Transpacífica (TPP, siglas en inglés), en la que llamativamente falta China, el país con mayor comercio de la región Asia-Pacífico y la segunda mayor economía del mundo.
Como indicó el diario New York Times, ciertos gobiernos tienden a considerar el acuerdo de comercio transpacífico como "un baluarte contra el poder chino".
En este momento, el protocolo comercial transregional debe todavía sobrevivir a turbulentos trámites legales en muchos de los países signatarios antes de ser efectivo en términos reales.
Sin embargo, incluso después de que entre en operación, exluir a China de esta gigantesca alianza comercial que ocupa el 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial minará sus objetivos.
Un arreglo comercial tan burdo puede ser incluso contagioso y otros países podrían repetirlo como atajo para lograr sus propios intereses sin tener en cuenta los efectos negativos que el resto del mundo podría sufrir.
Esto enfriaría aún más la confianza mundial en cómo el libre comercio puede ayudar a revitalizar el crecimiento, especialmente en un momento en el que la recuperación económica permanece débil y desequilibrada siete años después de que comenzara la crisis financiera internacional.
A principios de octubre, el Fondo Monetario Internacional bajó considerablemente su previsión para el crecimiento global en 2015 y 2016 en 0,2 puntos porcentuales en ambos años, hasta el 3,1 y 3,6 por ciento respectivamente.
Teniendo esto en cuenta, si la tendencia a una politización excesiva del comercio echara raíces y creciera, alimentaría fácilmente el creciente proteccionismo e incluso el riesgo de provocar una guerra comercial destructiva, un resultado que costaría a todos muy caro.
Por eso, es imperativo que los que flirtean con esa actitud terminen de hacerlo antes de que sea demasiado tarde y se unan a otros países con buena fe en el fomento del libre comercio mundial.
No debe dejar de enfatizarse que las reglas de la economía global tienen que ser escritas sobre el consenso entre los miembros de la comunidad internacional y ningún país tiene el privilegio de dictarlas.
Durante el próximo fin de semana, los líderes del Grupo de las 20 principales economías del mundo (G-20), que representan el 85 por ciento del PIB mundial, se reunirán en el balneario costero turco de Antalya para celebrar su cumbre anual. Se espera que el comercio sea uno dos los principales temas de la agenda.
Ha llegado la hora de que los participantes, especialmente aquellos distraídos y evasivos, vuelvan a comprometerse con el libre comercio global y le inyecten un nuevo vigor, al tiempo que ponen fin a la tendencia hacia una tóxica sobrepolitización.