- Más
"Trabajo forzado" es solo otra carta que Washington juega para contener a China
Nota del editor:
Recientemente ha habido una nueva oleada de voces en Washington que acusan en coro a China de incurrir en "trabajo forzado". En el contexto geopolítico en el que Estados Unidos considera a China como su mayor rival, al que no se detendrá ante nada para contener, en realidad no es nada nuevo ni sorprendente. Pero aún es necesario dar un vistazo detallado a la narrativa del "trabajo forzado" que Washington promueve con tanta fuerza y descubrir qué es lo que pretende conseguir y qué daño ha causado a gente inocente, empresas y al mundo en general. Esta semana, Xinhua publica una serie de cinco comentarios a este respecto. A continuación el primero.
El coro de acusaciones de "trabajo forzado" contra China viene creciendo en intensidad una vez más en Washington, con la adición por parte de la administración de Joe Biden de 26 empresas chinas a su lista negra y con el Senado estadounidense acusando a varias multinacionales de usar componentes de productos que supuestamente son obtenidos a través de "trabajo forzado".
Pero esta reciente acción coordinada no ha causado mucho revuelo, ya que jugar todos los tipos de cartas para calumniar, desacreditar, perturbar y contener a China, que Estados Unidos considera como su mayor competidor en este siglo, se ha convertido en una práctica común en los últimos años. La narrativa del "trabajo forzado" vendida tan activamente por el país norteamericano alrededor del mundo es obviamente otra de estas cartas.
Sin pruebas sólidas, Estados Unidos ha acusado a Beijing de prácticas de "trabajo forzado" en la región autónoma uygur de Xinjiang, en el noroeste de China, y ha aprobado apresuradamente la "Ley de Prevención del Trabajo Forzado Uygur", que absurdamente exige a las compañías que invierten y operan en Xinjiang probar su "inocencia" o enfrentarse a una prohibición de importación de todos de sus productos.
Mientras varias compañías, incluida Volkswagen, han llevado a cabo investigaciones independientes que han descartado la existencia de trabajo forzado en sus fábricas de Xinjiang, los políticos de Estados Unidos han hecho la vista gorda a estos hallazgos y continúan difundiendo sus rumores y mentiras.
Tal vez estos políticos creen que una campaña de difamación, una táctica que ha resultado muy eficaz en varias elecciones estadounidenses y de este modo se ha arraigado profundamente en la política de Estados Unidos, también puede funcionar bien en la política internacional y en la competición entre grandes potencias.
De hecho, la acusación del "trabajo forzado" es casi nada en comparación con otra "mentira del siglo" sobre Xinjiang, inventada por la anterior administración estadounidense, la de Donald Trump: China supuestamente ha cometido un "genocidio" contra los uygures y otras minorías étnicas en la región.
Esta "determinación" sensacional pero infundada, anunciada de manera extremadamente apresurada por el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, en vísperas de la transición presidencial de 2021, simplemente ignoró los sólidos datos del censo que mostraban que la población uygur de Xinjiang se había más que triplicado, pasando de 3,61 millones en 1953 a 11,62 millones en 2020.
Con el "genocidio" y el "trabajo forzado" como pilares de apoyo, la carta de Xinjiang se estableció con éxito para su uso contra China. Estas acusaciones se unieron a un largo listado en el que también estaban las relacionadas con Taiwan, Xizang, Hong Kong y el Mar Meridional de China, por nombrar solo algunas.
A través de la introducción de la carta de Xinjiang, Estados Unidos parece tener la esperanza de matar tres pájaros de un tiro. En primer lugar, puede empañar la reputación internacional de China y mantener ocupado a Beijing al obligarlo a responder a las críticas externas y demostrar su inocencia. En segundo lugar, puede crear un efecto intimidatorio que podría obligar al capital y a las empresas extranjeras a salir de China, o al menos ahuyentar a potenciales nuevos inversores. En tercer lugar, puede asestar un duro golpe a ciertos sectores de la economía china estrechamente vinculados a Xinjiang y perjudicar el crecimiento del país.
Esto explica por qué la administración Biden, a pesar de sus continuas afirmaciones de buscar una competencia sana con China y no tener intención de detener el desarrollo económico de China ni de contener a China, no solo ha heredado completamente el legado de Xinjiang de la administración anterior, sino que también está jugando la carta del "trabajo forzado" con mayor frecuencia y agresividad.
Pero, ¿puede una mentira realmente convertirse en verdad si se repite mil veces? ¿O se necesitan mil mentiras más para ocultar una sola?
Se ha revelado que, con el fin de solidificar su narrativa sobre Xinjiang, el Gobierno de Estados Unidos ha gastado en los últimos años millones de dólares en financiar a individuos, organizaciones y medios de comunicación dispuestos a ayudar a producir o difundir mentiras y desinformación sobre Xinjiang. Washington incluso ha apoyado, tanto abierta como secretamente, a grupos de "independencia de Xinjiang", muchos de los cuales respaldan doctrinas extremistas o tienen notorios antecedentes de terrorismo.
Jugar sucio puede traer algunos beneficios a corto plazo y darle dolores de cabeza a tu oponente, pero no puedes contar con tales tácticas para asegurar una victoria final. Ya sea que realmente crean en la competencia leal o simplemente hablen, es mejor que los políticos en Washington tengan en cuenta dos cosas: Durante décadas, ninguna carta jugada por manos extranjeras ha funcionado para descarrilar o siquiera ralentizar el impulso de modernización de China, y la credibilidad internacional y la influencia global no son inagotables, incluso para un país tan poderoso y manipulador como Estados Unidos.