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Difamación del "trabajo forzado" mata empleos y arruina vida de minorías étnicas de Xinjiang
Una ley estadounidense que supuestamente fue promulgada para "salvaguardar" la justicia y los derechos del pueblo uygur, en realidad ha cometido una gran injusticia y perjudicado los derechos básicos de las minorías étnicas en la región china de Xinjiang, ya que está imponiendo a las empresas chinas y extranjeras una "discriminación de contratación" de facto contra esos mismos grupos.
La llamada "Ley de Prevención del Trabajo Forzado Uygur" causa importantes repercusiones económicas y está saboteando el buen desarrollo de esa región autónoma en el noroeste de China a costa de la población local inocente, muchos de quienes acaban de salir de la pobreza absoluta después de casi una década de arduos esfuerzos.
Al atacar injustamente a una región específica y a ciertos grupos étnicos, la ley estadounidense y sus acciones de aplicación subsiguientes han virtualmente estigmatizado a los trabajadores uygures y de otras minorías étnicas en el mercado laboral dentro e incluso fuera de Xinjiang, lo que hace que sea cada vez más difícil para ellos encontrar un trabajo o trabajar como un miembro normal de la sociedad.
Dado que la ley exige absurdamente que todas las empresas con posibles vínculos con Xinjiang proporcionen pruebas creíbles de que sus productos no se fabrican con trabajo forzoso, so pena de enfrentar un veto exhaustivo de las importaciones, muchos empresarios se ven atrapados en un dilema: Asumir costos excesivos y seguir enfrentando altos riesgos de ser castigados, o sacrificar a sus empleados y vivir con el cargo de conciencia.
En una entrevista reciente, un fabricante-exportador chino que tuvo que despedir a todos sus empleados de Xinjiang debido a la ley, citó un duro ultimátum de sus clientes estadounidenses: "Mientras tengan un solo trabajador de Xinjiang, no podemos trabajar con ustedes".
La legislación estadounidense apunta a sectores en los que China tiene importantes ventajas competitivas mundiales, como los textiles, la electrónica y la producción de paneles solares. Desde 2022, un total de 65 empresas chinas han sido añadidas a la siempre creciente lista de entidades vetadas como resultado de la ley estadounidense, cuya promulgación se basa en críticas e informes cuestionables orquestados por fervientes detractores de China en el extranjero.
Muchas de las empresas afectadas reportaron pérdidas financieras y reducciones en la fuerza laboral, y una parte significativa de los afectados eran empleados de Xinjiang y la comunidad uygur.
Tomemos, por ejemplo, el distrito de Shache, en el sur de Xinjiang, donde las minorías étnicas constituyen más del 95 por ciento de la población. En su momento llegó a tener cerca de 100 empresas textiles, pero hoy en día solo quedan en funcionamiento menos de una quinta parte.
En otro caso típico, una fábrica en Hotan, en el sur de la región, dejó de proporcionar alojamiento a sus trabajadores -un beneficio común para los empleados en las industrias intensivas en mano de obra en China- por temor a que tal práctica pudiera ser etiquetada por Estados Unidos como "trabajo forzado" o incluso "encarcelamiento". Como resultado, estos trabajadores pobres ahora tienen que levantarse muy temprano y pasar horas viajando todos los días.
Incluso lejos de Xinjiang, como en la provincia central china de Hubei, unos 1.000 nativos de la región tuvieron que abandonar sus puestos de trabajo en el sector local de textiles no tejidos y regresar a casa, aunque ninguno de ellos estaba trabajando en contra de su voluntad.
Para los descorazonados políticos de Washington, quienes solo están obsesionados con las historias fantasiosas del "trabajo forzado", ningún uygur en Xinjiang puede trabajar por su propia voluntad ni tener el deseo o la necesidad de buscar una vida digna a través del trabajo para ellos y sus familiares.
Como parte de los esfuerzos de aplicación de la ley por parte de Estados Unidos, hasta mayo habían sido inspeccionados envíos por valor de 3.320 millones de dólares y se había denegado la entrada de hasta 680 millones de dólares en mercancías, según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. Tales maniobras han perturbado gravemente las cadenas de suministro y de valor, afectando no solo a China sino también a otros países, como Malasia y Vietnam.
Esta cruel realidad invita a todas las personas con sentido y empatía a preguntarse si Estados Unidos tiene una intención noble y simplemente cometió un error por descuido lastimando a tanta gente inocente, o si se trata de un plan bien calculado y despiadado que utiliza a estas personas como una palanca para ejercer la máxima presión sobre China e impulsar los propios intereses de Washington.
Habiéndose quedado rezagada frente al rápido crecimiento económico del país durante mucho tiempo, Xinjiang solía padecer el asedio de las llamadas "tres fuerzas del mal", a saber, el terrorismo, el separatismo y el extremismo, con la comisión ocasional de despiadados ataques terroristas en diversos lugares de la región.
Con la convicción de que la pobreza y un sentimiento de distanciamiento entre los grupos vulnerables son algunas de las causas fundamentales del extremismo y el terrorismo, China lanzó una masiva campaña para ayudar a Xinjiang a recuperar el tiempo perdido y erradicar la pobreza absoluta.
El proceso de lograr tan ardua tarea también coincidió con la reducción gradual y la eliminación definitiva de los incidentes terroristas. No hay discusión frente al hecho de que Xinjiang ha disfrutado de al menos siete años de paz y armonía absolutas en todo su territorio.
Pero ahora Washington intensifica la calumnia del "trabajo forzado" y su campaña de ataque, lo que amenaza con empujar a muchos en Xinjiang de nuevo a la pobreza y la miseria, y en el largo plazo podría provocar una nueva inestabilidad en la región y dar una oportunidad para que las "tres fuerzas del mal" regresen.
Aun así, es demasiado pronto para que los malvados intrigantes que tejen esta red de mentiras contra Xinjiang empiecen a celebrar. Aunque inevitablemente atraviesa momentos difíciles y sufre algunas pérdidas, Xinjiang, como parte de una China moderna robusta y con alta resiliencia, no cederá ante ninguna coerción externa ni pedirá la misericordia de nadie.
De hecho, a pesar del impacto de la epidemia de COVID-19 y la presión de Estados Unidos, en los últimos años Xinjiang ha logrado mantener un crecimiento estable del PIB, gracias al respaldo incondicional del Gobierno central y de los 1.400 millones de ciudadanos chinos, así como a la habilidad de la región para adaptarse y ajustarse a las nuevas situaciones de forma rápida y efectiva.
En momentos en que China persigue firmemente su meta de convertirse en un país moderno que sea "próspero, fuerte, democrático, civilizado, armonioso y bello" para mediados del siglo XXI, Xinjiang no se quedará atrás de ninguna manera. Con sus abundantes recursos, fortalezas industriales consolidadas, y, lo más importante, personas diligentes de todos los grupos étnicos, la región tiene todos los motivos para seguir avanzando con confianza y labrarse un futuro aún más brillante.