BEIJING, 15 nov (Xinhua) -- Una vez más los líderes de las 20 economías líderes se encuentran reunidos en una cumbre para coordinar sus políticas económicas y financieras.
La reunión que tiene lugar en Brisbane, Australia, este fin de semana, ha reavivado las esperanzas del mundo para alcanzar una sólida recuperación económica luego de la crisis financiera global de 2008, la cual ha dejado a la economía mundial en lo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) llamó una "nueva mediocridad".
Mientras Europa está tambaleándose al borde de la recesión y Japón se encuentra atascado en un profundo malestar económico, el mundo quiere contar con signos definitivos de confianza enel Grupo de los Veinte (G20), que representa 90 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial.
En una era de interconectividad, la importancia de la coordinación -- especialmente entre pesos pesados -- para lograr la formulación de eficaces políticas económicas o financieras no se puede exagerar.
Sin embargo, para la coordinación de mecanismos que realmente funcionen, el mundo requiere de una estructura de gobernanza más justa. Los países en desarrollo, que ahora representan una mayor proporción en la economía mundial, deben tener una mayor participación en la toma de decisiones supranacionales.
Ya mucho se ha dicho al respecto, pero se ha hecho poco en la reforma. Los derechos de voto y las cuotas en el FMI y en el Banco Mundial no reflejan apropiadamente el creciente peso y la contribución de las economías emergentes.
El libre comercio, un motor vital para el crecimiento de la economía mundial, sufre por el estancamiento de las conversaciones de la Ronda de Doha, lo cual ha generado una especie de cuenco de spaghetti de arreglos regionales posibles.
La falta de progreso es evidente no solamente entre las agencias financieras y comerciales internacionales, sino también en las que manejan asuntos relacionados con el cambio climático, el terrorismo, la corrupción y la salud.
Detrás de la ineficiencia e incluso de la parálisis, hay una discernible resistencia del mundo desarrollado para reconocer la creciente contribución de la parte del mundo en desarrollo hacia la economía mundial.
China, junto con otros importantes países en desarrollo, están logrando con sus compromisos convertirse en actores responsables en la economía global. Ha propuesto y ha promovido una serie de iniciativas para ayudar a impulsar el desarrollo de la infraestructura regional y más ampliamente.
En un acuerdo histórico firmado hace apenas pocos días con Estados Unidos, China prometió poner control a sus emisiones de gases con efecto invernadero para el año 2030. El claro objetivo sirve como un elogiable progreso en las conversaciones del clima global.
El G20, que abarca tanto a economías desarrolladas como en desarrollo, necesita aprovechar más su potencial en la coordinación internacional para incluir la diversidad y explorar la profunda cooperación entre en Norte y el Sur para reformar el sistema de gobernanza global.
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