Foto: proporcionada
Por Alicia Ortiz Flores.
Lima, 28/06/2020 (El Pueblo en Línea) -A principios del 2020, cuando el brote de coronavirus estalló en Wuhan, China se encontraba en la mira de todo el mundo. Si bien no me encontraba en el gigante asiático en ese entonces, sentía preocupación por la China que conocía y apreciaba, y por mis amigos y profesores que se encontraban viviendo allí. No obstante, fue cuestión de tiempo para que los esfuerzos del pueblo chino y todos sus héroes comenzaran a dar frutos, y en tan solo dos meses, el virus había dejado de ser una amenaza para sociedad y el país se encaminaba hacia una nueva normalidad.
En China, la pesadilla llegaba a su fin, pero en el mundo exterior apenas comenzaba. El virus comenzó a expandirse rápidamente por los 6 continentes. Arrasó con Europa y la siguiente víctima era Sudamérica. De pronto, supimos que el virus había llegado. El 6 de marzo de 2020 tuvimos el primer confirmado por coronavirus en el Perú. Y en tan solo tres meses, las cifras se precipitaron, llegando a sobrepasar los 10 mil contagiados y posicionando al Perú como el segundo país con más contagios en Latinoamérica. Su capital, Lima, se convirtió en un campo de batalla. En esa circunstancia, China, uno de nuestros más grandes aliados y mejores amigos, nos envió refuerzos.
El 23 de junio, China envió un equipo de sus mejores soldados en una misión especial para combatir el coronavirus. El grupo de profesionales estaba formado por 4 respetados doctores provenientes del Hospital de Nanfang, en Cantón, hospital de alto prestigio que se encuentra en el ranking de los 15 mejores hospitales en China. Al momento del brote en Wuhan, ellos formaron parte de los más de 40 mil médicos voluntarios enviados a la provincia de Hubei, para combatir la epidemia desde la primera línea de batalla. Es por ello, que gracias a toda su experiencia acumulada y sus ganas de seguir luchando, hicieron de ellos los candidatos perfectos para venir a ayudarnos y a acabar con este mal.
Sin pensarlo ni imaginarlo, yo también sería parte de esa misma misión. Para ese entonces, estaban en busca de alguien dispuesta no solo a realizar el complejo y cansado trabajo mental que requiere la interpretación, sino también a estar en la primera línea de batalla, trabajar mano a mano con soldados dispuestos a pelear para salvar vidas y hasta entrar en contacto con quienes habían caído enfermos. Todo se reducía a una labor agotadora que indudablemente significaba un alto riesgo de contagio. A pesar de todo y sin siquiera dudar, acepté el reto. Tan solo pensar en los profesionales de salud que enfrentan cara a cara este virus, pensar en todas esas personas que se exponen a este peligro a diario, me dio el suficiente valor y generó en mí la necesidad de aportar con mi granito de arena, por más pequeño que fuese. Ya no se trataba de mí, se trataba de todos nosotros.
Si bien esta no era la primera vez que realizaba este tipo de actividades, creo que anteriormente no había tenido una oportunidad de carácter tan oficial y profesional. Desde el campo de estudio específico hasta la terminología complicada, eran factores que me hacían sentir un poco ansiosa e insegura. Pero a pesar de cualquier dificultad que pudiera presentarse, sabía tenía que vencer mis miedos y cumplir con la misión fundamental de cualquier traductor e intérprete: ser un fiel comunicador. Somos comunicadores del mundo y no solo aprendemos un nuevo idioma, sino que servimos de enlace, como un puente que conecta diversas culturas y países.
Y así, la gran aventura empezó. Tras un vuelo de más de 40 horas y sin oportunidad de descanso alguno, los doctores, al segundo día de su llegada, ya se encontraban en el frente de batalla, listos para actuar. Durante dos semanas, visitamos diversos centros hospitalarios, clínicas y organizaciones importantes, también asistimos a conferencias, intercambiamos experiencias y discutimos temas relevantes como el control y la prevención de la enfermedad, el manejo clínico de los pacientes, la capacidad de producción de pruebas en los laboratorios. Asimismo, los medios de comunicación se encontraban muy al tanto del trabajo que los doctores venían realizando, por lo que brindamos entrevistas a distintos periódicos y canales de televisión.
Casi ya en los últimos días, viajamos al sur del Perú, a la ciudad blanca de Arequipa. Allí fue la primera vez donde nos topamos con la realidad de un hospital público en tiempos de coronavirus. Entramos a la zona de guerra y visitamos la Sala de Emergencias y la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital más importante del centro de la ciudad. Fue un tanto desgarrador al ver a todos esos pacientes luchando internamente contra el virus y ver a los doctores y enfermeros luchando desde fuera, trabajando todos los días en ese ambiente, bajo condiciones no tan favorables. No solo corren el riesgo de infectarse, sino que también deben trabajar día y noche, muchas veces sin descanso alguno.
La realidad del Perú es muy diferente a la de China, pero muy parecida a casi todos los países de América Latina. Esta pandemia nos ha mostrado cuáles son nuestros puntos débiles y principalmente, ha centrado su atención en nuestro ya debilitado sistema de salud. Actualmente, son muchos los problemas que afrontan los profesionales en la salud diariamente, entre ellos tenemos: la falta de EPPS (equipos de protección personal), falta de equipos de ventilación mecánica, falta de personal médico, insuficiencia de pruebas para detectar el COVID-19, deficiencia en la estructura de los centros de salud, y así, la lista podría continuar.
Estamos en una etapa en donde necesitamos actuar conjuntamente. Que la tarea de disminuir los contagios y vencer al virus no sólo sea del presidente de la república, de los ministros, de las autoridades, de los médicos, de los enfermeros. Hagamos esto una tarea de todos. Si todos ponemos nuestro granito de arena, por más pequeño que sea, podremos crear grandes cambios.
Quisiera concluir expresando mi gratitud por haber sido parte de esta lucha, ya que tuve la oportunidad de trabajar junto con 4 increíbles doctores, quienes dieron lo mejor de sí durante esta misión. No solo compartieron sus experiencias y conocimientos, sino también ayudaron a diferentes hospitales y centros de salud a tener un mejor manejo interno de esta situación. Y en lo personal, considero que cumplí con mi gran e importante labor de comunicadora.
El Perú se encuentra pasando por una situación muy difícil, pero gracias a los esfuerzos del pueblo peruano y de la ayuda recibida por China y demás países solidarios, seremos capaces de levantarnos poco a poco. El mundo ha entrado en guerra, y todos luchamos contra un enemigo en común: el coronavirus. Confío en que podremos vencerlo. En tiempos de guerra, la esperanza es lo último que se pierde.
Por los que están y por los que tuvieron que partir, por todos los doctores, enfermeros y demás trabajadores que se encuentran batallando hasta el día de hoy, muchas gracias, ustedes son los héroes del mañana, les debemos más que la vida.
Muchas gracias a China por todo el apoyo que nos has brindado, deseo de corazón podamos sostener amistad eterna.
¡Ánimo Perú! ¡Con la frente en alto!
(La autora es egresada de la carrera de Traducción e Interpretación de la Universidad Ricardo Palma, ganadora del 2do puesto en la competencia internacional “Puente Chino”y acreedora de dos becas integrales a China por el Instituto Confucio y el gobierno chino.)
(Web editor: 周雨, Rosa Liu)