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El laberíntico "mea culpa" chino (2)

Actualizado a las 28/11/2014 - 17:25
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El laberíntico "mea culpa" chino

En realidad, todo esto se refleja en la forma en que la sociedad asigna los apodos a ciertos individuos que símbolizan el éxito mundano. Wang Sicong, hijo del dueño del imperio Wanda, es visto por muchos como el soltero más codiciado del país y por lo tanto, su epíteto es "el marido nacional", y Han han, autor de best sellers y ahora director de cine, se ha ganado el apelativo de "suegro nacional" después de que comenzó a publicar fotos de su hija.

La tradición china establece el nivel de superioridad por antigüedad. Cuando usted se dirige a alguien que no es su pariente y que no es mucho mayor que usted, hay que tratarlo como si fuera su padre, abuelo o esposo. Jerarquía confuciana que implica una sutil auto-degradación (o no tan sutil).

El mejor ejemplo de la omnipresencia jerárquica está en el cuento clásico de Lu Xun de un delicuente que fue apresado por individuos más fuertes, en vez de luchar tú a tú, pronunció una frase auto-degradante: "Yo puedo ser tu padre", intentando una venganza psicológica como el contragolpe maestro que lo liberara.

Si este es el criterio, la tendencia actual se ha hundido mucho más bajo en el lodazal de la "auto-degradación" pues hoy en día, la población en línea se postra constantemente ante los iconos de éxito, sin ni siquiera tener que ser intimidada. Pero sería injusta y simplista comparar esta tendencia actual con la antigua y noble tradición de practicar humildad, ejemplificada en frases como "su humilde servidor "o" No merezco... ".

Para la generación actual, entregarse a disfrutar la "auto-degradación", siempre ubicándose por debajo de la posición que le corresponde, le genera una febril satisfacción. Cuando la auto-degradación es ritualizada, tiende a ser interiorizada y aceptada como norma social. Pero cuando se toma como fachada para falaces juegos de roles, da paso a la cínica y fatal deconstrucción, que arrastra al abismo el objeto/sujeto que ha sido reverenciado con inútil exageración.

No sé cuando el dicho "Si te enfrentas, pierdes" apareció por primera vez en el lenguaje popular, pero representa un cambio de actitud, o más bien, un desvío de la preponderancia histórica que enfatiza la dignidad como estandarte.

Mientras la élite tiene reservas en aceptar la auto-degradación institucionalizada, asumida como la corriente principal, pues no pueden aceptar la lógica esquiva del "poquita cosa", su inadecuación se conflictúa aún más con la llegada de una plataforma tan democrática como las redes sociales que permite a las "vocecitas" establecer su discurso al mismo nivel de los grandes solistas de siempre.

Lo más gracioso de la moda actual de auto-degradación es su complejidad: contiene muchas capas de sentimientos, incluyendo contradictorios intentos reconciliatorios, que a la vez se imbrican con antiguas normas y enredadas frustraciones por no llegar a alcanzar los símbolos del estatus social añorado y que también se mezcla con el lógico instinto de supervivencia que les obliga a sacrificar esos lujosos paraísos mentales para dar paso al sano respeto por el sí mismo cotidiano.

La auto-degradación va más allá de la sátira, pues se considera un proceso, no un acto aislado. Como se trata de una expresión colectiva dentro de un ambiente carnavalezco, no gana legitimidad sin la participación de la mayoría. En ese sentido, el primero en llamarse a sí mismo un "diaosi" podría haber tenido el coraje ingenioso o la honestidad sobresaliente para curar su enfermedad. Los cientos de millones que le copiaron después, encontraron una novedosa forma de hacer catarsis y tranquilizar - por un rato- la corroída mezcla sentimental y perceptiva que les agobiaba el vivir.

He notado algunos paralelismos con los términos peyorativos para auto definirse en los homosexuales y negros estadounidenses. Fueron términos inventados para hacer que estos grupos se sientieran mal consigo mismos y, por lo tanto, se convirtieron en palabras sensibles o tabú. Poco a poco, las víctimas comenzaron a abanderarse en ellos como un escudo de honra magullado, inyectándole la despreocupación por el otro o un permanente desafío a esa mismo otredad que intentaba aniquilarlos sin consentimiento.

Para los que se llaman "perdedores" o "poquita cosa" o "diaosi", su mayor comodidad o consuelo está en el hecho de que esos términos ahora los utiliza la mayoría. Pero su despreocupación o desafío es desechable, porque una vez que suban un escalón más alto probablemente seguirán utilizando el término, pero con la fingida condescendencia del que ya no comulga.

Por el momento, la tendencia populista del "poquita cosa" parece seguir la lógica de una vacuna: si ya me he burlado públicamente de mí mismo, otros lo pensarán para burlarse de mi. 


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