BEIJING, 19 ene (Xinhua) -- Con el presidente chino, Xi Jinping, embarcándose en un viaje cuyo objetivo es comenzar una nueva era de cooperación de ganar-ganar entre su país y Oriente Medio, la región afligida por varias crisis se enfrenta a una oportunidad de oro para encontrar un camino para salir de su convulsión crónica.
En toda su historia, este trozo de tierra transcontinental se ha visto dotado, entre otras cosas, de una importante ubicación geopolítica, reservas de petróleo sin parangón, y una enorme diversidad cultural y religiosa.
Aún así, en tiempos modernos, estas bendiciones naturales no han conseguido traducirse en beneficios reales para los pueblos de la región. Es más, se han convertido, tristemente, en una maldición que ha atrapado a la región en una inseguridad y una inestabilidad que han impedido el desarrollo.
Una de las culpables de esta maldición, como bien han expresado elocuentemente observadores tanto de dentro como de fuera de la región, es la intervención occidental, que a menudo se cubre con eslóganes tan altaneros como la democracia y los derechos humanos, pero adulterados con agendas egoístas.
Las olas de disturbios y levantamientos que han barrido Asia occidental y el norte de Africa en los últimos años, elogiadas por Occidente como Revoluciones de Colores o Primavera Arabe, sirven como un sobrio recordatorio.
Más de cinco años después de que la inmolación de un joven vendedor tunecino provocara una reacción en cadena, la intervención occidental no ha traído a la región más que una mezcla tóxica de disturbios sociales, conflictos internacionales, flujo sin precedentes de refugiados, enfrentamientos sectarios y terrorismo rampante.
La tragedia, más un "invierno árabe" que una primavera, proviene del intento occidental de manipular las reivindicaciones de base locales con el objetivo de exportar su propia ideología e instituciones derrocando a gobiernos que odia.
Estos cálculos egocéntricos solo han servido para complicar aún más la complejidad en Oriente Medio, exacerbar las arraigadas sospechas entre los jugadores regionales, y agravar las tensiones en la región, a costa del bienestar de los cientos de millones de habitantes locales.
Mientras tanto, se ha hecho cada vez más claro el que el lío creado por las entrometidas manos occidentales se les está yendo cada vez más de esas mismas manos, mientras el "liderazgo" de Occidente, o para ser exacto, su poder de manipulación, en la región ha estado disminuyendo junto con su rol de hucha y arsenal para sus apoderados.
Con el fin de salir del actual cenagal, Oriente Medio sí necesita ayuda del exterior. Pero la intervención de estilo occidental no es una opción viable, es más bien un veneno mortal en vez de una poción mágica.
Al contrario, la comunidad internacional debe seguir el ejemplo de China y comprometerse constructivamente con los asuntos de Oriente Medio sobre la base del respeto a la soberanía y a las realidades nacionales, promover el diálogo inclusivo y la reconciliación, y buscar la cooperación de beneficio mutuo.
Mientras los intervencionistas occidentales tienden a centrarse en logros geopolíticos, los socios verdaderamente útiles deben poner énfasis en el desarrollo económico y las condiciones de vida del pueblo, ya que estos dos factores se encuentran en la raíz de la mayoría de los problemas de la región, incluido el terrorismo.
Lo que es más importante, el derramamiento sin fin de sangre y lágrimas ha demostrado que los jugadores extranjeros nunca deben tomarse la libertad de imponer sistemas de gobierno y caminos de desarrollo exóticos sobre las naciones de Oriente Medio.
El destino de Oriente Medio debe estar en manos de los pueblos que viven allí, y esto es aplicable a todos países y regiones del mundo.