Guía rápida del año nuevo en Beijing para el extranjero despistado
En una ciudad de más de 20 millones de habitantes siempre queda gente, por mucho que buena parte de los residentes se haya ido de vacaciones. Y al caer la noche se pone de manifiesto otra de las señas distintivas del año nuevo: el estruendo.
En el mundo hay guerra por todas partes y posiblemente el símil sea frívolo, pero conforme empieza el año nuevo el extranjero poco avisado puede pensar que los múltiples refugios antiaéreos de los años de la Guerra Fría por fin van a ser útiles. El petardeo constante, inmisericorde, lo invade todo. Paseando por la calle conviene ir escudriñando las esquinas ante la posibilidad de que una traca alambicada múltiple bloquee el paso y lo deje a uno sordo y ciego. La tradición nació como método de espantar al demonio y es milenaria, se dice, así que está normalizada. Un policía colabora con unos jóvenes que a la puerta de un garaje se disponen a prender una mecha y coloca unos conos para bloquear el paso. Vía libre al estallido.
Debe reconocerse que el jolgorio explosivo ya no es tan feroz como otros años. El gobierno recordó esta semana que había reducido un 30 por ciento los permisos para vender petardos con el objetivo declarado de no contribuir a espesar el esmog. Otro efecto es que disminuyeron los accidentes. En Yueyang, en la provincia central de Hunan, murieron seis personas la semana pasada cuando un animoso cliente decidió prender petardos justo en la puerta de la tienda de pirotecnia inmediatamente después de comprarlos. Beijing, en cambio, no sufrió bajas.