Por Lou Chen, Li Renhu, Zhang Lina
HOHHOT, 7 ago (Xinhua) -- Hace más de medio siglo, Huang Zhigang era un huérfano que pasaba hambre en Shanghai. Junto con otros 3.000 niños en su misma situación, solo pudo salvarse al ser llevado a Mongolia Interior.
No es costumbre que los mongoles tengan lápidas, pero Huang y sus hermanos pusieron una para sus padres adoptivos, Dowge y Zhang Fengxian, en la bandera de Xianghuang, en la región autónoma de Mongolia Interior, en el norte de China.
Cada julio, Huang, quien se ha jubilado de su puesto en el gobierno, y su esposa visitan la tumba para rendir homenaje a sus padres fallecidos y llevan melocotones, licor y flores.
"Si no fuera por mis padres, me habría muerto de hambre durante los tres años de dificultades", destacó Huang arrodillándose ante el monumento.
Desde 1959 hasta 1961, los desastres naturales y hambre se cobraron un gran número de víctimas en China. En Shanghai, los orfanatos estaban repletos y las instituciones sociales no podían alimentar al enorme número de niños.
Zhou Enlai, el entonces primer ministro chino, se reunió con Ulanhu, secretario del Comité del Partido Comunista de China en Mongolia Interior y decidieron enviar a los niños a las praderas, donde había suficiente leche y carne para alimentarlos.
A partir de 1959, más de 3.000 huérfanos procedentes de Anhui, Jiangsu, Shanghai y Zhejiang fueron metidos en trenes y llevados en un viaje de 1.400 kilómetros a Mongolia Interior.
"No teníamos nombre cuando salimos de Shanghai. Cada uno de nosotros llevaba un pedazo de tela cosida a la ropa con un número", explicó Huang Zhigang, quien tenía cinco años cuando llegó a la bandera de Xianghuang.
La tasa de natalidad en Mongolia Interior era baja en los años 60 del siglo pasado. Muchas parejas mongolas querían adoptar niños, señaló Yun Shubi, hija de Ulanhu, quien también participó en el gran plan de ayuda.
"Mi padre decía que a los pastores les gustan niños, sin importar de dónde vienen", relató Yun a Xinhua antes del 70 aniversario de la región autónoma. Ulanhu prometió a Zhou que tomaría las medidas necesarias para realizar el traslado masivo de los huérfanos.
Como norma, el gobierno permitió que cada pareja adoptase a un solo niño. Muchos recién casados e incluso abuelas mayores recorrieron en bicicleta o a pie cientos de kilómetros con el objetivo de solicitar adoptar a un niño, añadió.
Algunos, que presentaban muy mal estado de salud, fueron ingresados en clínicas antes de darlos en adopción, dijo Yun.
LA TÍA CON LA CARA COLORADA
En 1961, Zhang Fengxian era enfermera en una comunidad de la bandera de Xianghuang. Seis huérfanos de Shanghai, entre ellos Huang Zhigang, estaban alojados en una escuela vecina.
"Teníamos casi la misma edad, cuatro o cinco años en aquel entonces. Nos llamábamos entre nosotros hermanos o hermanas y nos negábamos a separarnos. Cuando venían nuestros futuros padres adoptivos, nos escondíamos para que no nos encontraran", recordó Huang.
A Zhang le gustaban los niños. "Ella llevaba ropa de color caqui, parecía sencilla y agradable. Venía de al lado para visitarnos, ayudarnos a lavarnos la cara y el pelo. Algunas veces nos traía caramelos. Nos fue gustando poco a poco", añadió.
Los niños la llamaron "la tía de cara colorada", puesto que tenía el rostro bronceado debido a la exposición al sol. Los pequeños, cuatro niños y dos niñas, se quedaron meses en la escuela, pero al llegar el invierno debían irse a casas privadas con estufas.
Zhang no tenía hijos y, cuando se ofreció a adoptar a los seis juntos, el gobierno lo permitió porque su esposo y ella tenían trabajos estables.
Crió a los niños con su marido, Dowge, pero ella falleció en 1991. Uno de los hijos murió cuando estaba en el servicio militar. El resto fueron a la universidad y encontraron empleos en el gobierno.
"Mamá nos dio nombres diferentes. Me llamó con el nombre de la bandera, y mi nombre de pila significa 'mente firme'. A uno de mis hermanos le llamó Mao, 'gatito', porque era frágil. Los otros tres tienen nombres mongoles", indicó.
Una de las hermanas, Gaowa, trabaja ahora en Beijing. Su hermano Mao Shiyong, quien solía ser llamado 'gatito', trabaja en Shanghai, donde su hijo asiste a la universidad, mientras que los demás se quedaron en Mongolia Interior.
Mao Shiyong recuerda que una vez su madre se enojó mucho: "Los cuatro chicos empujamos un recipiente de alimentación para las vacas al lago. Mamá nos agarró y nos dio un azote. Gritaba: 'El lago es muy profundo. ¿Y si os hubieseis ahogado? ¿Y si os hubieseis ahogado todos?'".
"Ella se preocupó por nuestra seguridad toda su vida. Decía que éramos sus hijos, pero también una misión del Estado para ella", rememoró Mao.
LOS NIÑOS DEL ESTADO
Aunque es difícil localizar a los 3.000 niños, la mayoría de ellos han sobrevivido, según Yun Shubi.
En los años 60 del siglo pasado, el gobierno dio pagas de bienestar a las familias que habían adoptado niños. Cuando el país atravesaba una extrema escasez de alimentos, el gobierno regional dio 2,5 kilogramos de arroz por cada niño, quienes recibieron dinero para la subsistencia hasta que asistieron a la universidad.
Doguima, de 75 años, una mujer muy venerada en Mongolia Interior, es una de los pocos cuidadores de los huérfanos que sobreviven. Ella crió a 28 niños, de hasta seis años, antes de que fueran llevados por sus padres adoptivos. Todavía en la actualidad, los huérfanos que ella cuidó hace 50 años la visitan con frecuencia.
"No sabía nada sobre ser madre a la edad de 19 años, en 1961, cuando recibí a los huérfanos. Recuerdo que uno de los pequeños, Huhe, vino y me llamó mamá. Me tocó el corazón y se me puso la cara roja. Lo tomé en mis brazos y lo abracé hasta que se durmió", dijo la mujer.
"Yo cuidaba a los niños hasta que estaban suficientemente fuertes para ser dados en adopción. Se fueron uno tras uno, pero yo creo que estaban en buenas manos", manifestó.
Cuando China atravesó la Revolución Cultural, la dedicación y un incesante sentido de responsabilidad unieron a los niños y sus nuevos padres, ayudándoles a sobrevivir a las dificultades más duras.
Aogen ya tenía una hija de seis años cuando adoptó a Chakto, quien tenía tres años cuando fue llevado a Xilingol en el invierno de 1960. El niño tenía poliomielitis.
El año 1969 fue el más difícil de todos para Aogen. Durante el día tenía que encargarse de tareas pesadas y llevar piedras para construir una acequia. Por la noche, líderes de la lucha de clases le regañaban y la maltrataban, relató Narilato, un oficial local cercano a la familia. Tanto Aogen como Chakto han fallecido ya.
"Un día, Aogen no pudo soportarlo más, tomó un cuchillo y salió de la yurta. Se desmayó antes de poder intentar suicidarse. Cuando se despertó, Chakto estaba tratando de romper el cuchillo con una roca. Ella se dio cuenta de que nunca podría dejar ir su propia vida o la del niño", prosiguió el vecino.
Los huérfanos del sur de China no tenían linaje mongol, pero años de vida en los pastizales los han unido con la tierra y la gente.
Tongalaga, una huérfana de Shanghai de unos 60 años, tiene una tienda de trajes mongoles. "Mi madre quería que aprendiera mandarín. Decía que un día podría querer regresar a Shanghai para buscar a mis padres biológicos. Yo le dije que no tenía sentido hacer eso. Aprendí mongol y me quedaré en la pradera para siempre", afirmó
El huérfano de Shanghai Danlaga creció y trabajó como empleado del municipio. Se casó con una mujer mongola y mantuvo el credo de sus padres adoptivos de las buenas acciones. Cuidó de una vecina anciana por 10 años antes de que ella muriese.
En 2002, una decena de los huérfanos regresaron al orfanato de la ciudad de Shanghai. "El tren hacia Mongolia Interior hace 56 años cambió el destino para miles de nosotros, pero solo a mejor", declaró Chagan Chaolu, uno de los niños adoptados.
Arrojaron sal de Mongolia Interior al río Huangpu y se llevaron agua embotellada de Shanghai a su casa.
"Nunca olvidaremos cómo salimos de Shanghai, ni olvidaremos a las personas y la tierra que nos criaron para llegar a ser quienes somos hoy", manifestó Huang.