TOKIO, 11 mar (Xinhua) -- "Todos solían llamarla 'abuelita'. Era una de las personas más dulces, amables y generosas que haya podido conocer, especialmente durante las horrorosas circunstancias de Fukushima", dijo con tristeza Kana Fujimoto, una voluntaria de Tokio.
La voluntaria de 31 años de edad del Proyecto Save Minimisoma hacía referencia a una anciana viuda que conoció en el proyecto para albergar a las víctimas del terremoto, tsunami y desastre nuclear del 11 de marzo de 2011.
Sin embargo, la "abuelita" ya falleció.
"La abuelita tenía una gran sonrisa que te hacía sentir cariño desde dentro, palabras de sabiduría que te ponían a pensar un momento en medio de la verdadera turbulencia y siempre tenía un puñado de dulces para los niños cuyas vidas fueron trastornadas", dijo Fujimoto.
El proyecto ha seguido su curso y ha brindado provisiones de emergencia a miles que sin contemplaciones fueron botados a pequeños "albergues temporales" en la prefectura de Fukushima compuestos por filas de chozas de madera como de campamento desde que los desastres ocurrieron hace siete años.
Un contingente de voluntarios procedentes de Tokio, como Fujimoto, se unieron a los grupos de apoyo locales y continúan trabajando desde entonces.
En los últimos años los artículos esenciales como alimentos, agua potable y vegetales ya no son la prioridad y la mayoría de las personas que vivían en los albergues ha sido trasladada a alojamiento regular subsidiado.
Sin embargo, para las víctimas de los desastres de mayor edad la verdadera crisis se les sigue presentando cada día, cada semana y cada mes y la conclusión final es la más desoladora posible.
Muchos individuos y familias de las zonas más afectadas como Miyagi, Iwate y Fukushima, incluso si tuvieron que aceptar un alojamiento temporal, gracias a sus redes familiares y laborales han logrado reiniciar su vida en otras partes del país.
"Y aunque los desastres se aparecerán en las memorias de muchas personas el resto de su vida, se sienten a salvo al saber que la vida sigue con la normalidad posible y que funcionan como plenos miembros de la sociedad", dijo la antropóloga Keiko Gono.
"Pero para los ancianos que no tienen los recursos ni la voluntad para abandonar por completo su ciudad natal, e incluso para algunos a nivel psicológico, significa que se convierten en desplazados permanentes aunque sea a nivel físico o mental", explicó Gono.
Aunque es difícil cuantificarlo porque no existe una patología de "muerte por aislamiento o soledad", Gono cree con firmeza que un asombroso número de personas mayores falleció antes de tiempo por la falta de atención social, conexión o sentido de comunidad.
Por ejemplo, para la "abuelita" de 87 años de edad a la que le dijeron que no tenía más opción que abandonar la casa que construyó con su esposo, el negocio agrícola de la familia, los vecinos y la comunidad por la que siente aprecio, y que de repente se encontró en un albergue de emergencia que parece un campamento de reclusión, los efectos psicológicos son más dañinos de lo que se pueda creer.
De acuerdo con la más reciente encuesta realizada entre diciembre y febrero de este año, siete años después del triple desastre, sólo 4 por ciento de las personas han recuperado los lazos comunitarios y apenas 15 por ciento de las zonas más afectadas dijeron que han recuperado sus comunidades en cierta medida.
Gono explicó que estas cifras probablemente sólo son la punta del iceberg, dado que como parte de la cultura y normas japoneses, los ancianos japoneses no acostumbran quejarse de su situación si implica causar problemas a otros.
Este ámbito ha sido uno de los mayores fracasos del gobierno y el fenómeno de aislamiento social de los ancianos y su muerte por soledad se ha colado entre las grietas del sistema, dijo la antropóloga.
El hecho de que los servicios de asesoría profesional y salud mental sean en extremo insuficientes para estos ancianos que han perdido a su esposo o esposa, cuyas familias fueron reubicadas y raras veces visitan y, siendo francos, están completamente aislados y su sueño de regresar a casa ha sido destrozado, es nada menos que vergonzoso para el gobierno.
"Sin una intervención seria, estos queridos ancianos, aunque no haya sido su culpa, morirán literalmente solos", dijo Gono.
Las estadísticas subrayan esta aparente injusticia social olvidada.
El número de personas que perdieron todo en los desastres y murieron solas después de ser colocadas en albergues temporales ascendió a un nivel récord el año pasado.
De acuerdo con cifras oficiales, 63 personas que vivían desatendidas en los alojamientos temporales perdieron la vida. De ellas 52 estaban en Miyagi y 11 en la prefectura de Iwate.
El número de muertes por falta de atención aumentó de manera inexplicable en 27 casos respecto del año anterior, según la estadística.
Desde los desastres de 2011, las cifras oficiales muestran que 235 personas han muerto en completo aislamiento y que más del 80 por ciento de estas muertes que pudieron haberse evitado le ocurrieron a personas de más de 60 años de edad.
"La abuelita hizo todo lo que pudo para ayudar a los demás. Ella pudo haber hecho sus propias compras, pero cuando llegaba lo que pedía siempre había rábanos o mandarinas adicionales para sus vecinos, dulces para los niños y, quizá lo más importante, una sonrisa para todos los que parecían decir 'estarás bien. Estaremos bien. Estamos juntos en esto", dijo Fujimoto.
"Pero la cruel ironía de la situación es que entre más vieja e inmóvil se volvía la abuelita, menos personas la iban a ver. Fue ubicada lejos de sus amigos y si no tenía energía para ir a la tienda local, podía pasar semanas sin tener interacción con otro humano", explicó.
Fujimoto añadió que había muchas organizaciones benéficas y otros grupos que hacían todo lo que podían para crear entornos inclusivos, especialmente para los más jóvenes y los más viejos que eran quienes lo necesitaban más. Pero siempre faltaban fondos y no todos los voluntarios vivían en la zona.
La propia Fujimoto viajaba desde Tokio una o dos veces a la semana después del desastre, pero después tuvo que disminuir sus labores como voluntaria por lo costoso del viaje y las necesidades de su propia familia.
Hace poco logró viajar cada semana mientras se daba cuenta de que había algo "diferente" en la abuelita.
"Empezó a decir cosas como que estaba sola, que deseaba estar con sus amigos y que su esposo le dijo que no necesitaba vivir de esa forma y que estaba esperándola con una sonrisa", dijo Fujimoto.
"La última vez que la vi, pude sentir que ya no combatía la soledad. Dejo de ser ese miembro vibrante de la comunidad y paso a convertirse en un alma olvidada que ya no podía soportar la carga y que me rompía el corazón", dijo.
Fujimoto guardó unos minutos en silencio por la pérdida de una vida que significaba tanto para ella y muchas personas más.
Debería haber más cuidado. Las personas de edad similar podrían ser albergadas junto con cuidadores que les ayuden a interactuar, indicó.
"Este país debió haberlo hecho mejor", dijo.