Por César Santos
GUIYANG, 4 ene (Xinhua) -- Cuando era niño, Wang Guohua pasaba horas y horas viendo trabajar a su papá. Mientras los demás pequeños se iban a jugar en los potreros y montañas o ya empezaban a tomar destreza en las labores del campo, Wang se sentaba junto a su padre, Wang Daxu, y fijaba la mirada en sus habilidosas manos, que poco a poco iban transformando un burdo trozo de madera en una cara, una cara llena de colores y con una vívida expresión.
No pasó mucho tiempo antes de que el joven Wang se decidiera a tomar el cincel y empezara a tallar sus propias máscaras, a las cuales él mismo también aprendió a dotar de color y expresión. Claro, no eran imágenes escogidas al azar, sino representaciones de personajes mitológicos, de dioses y demonios a los que la gente de las regiones suroccidentales de China venera y pide protección, y que son, además, la columna vertebral de la ópera Nuo, patrimonio cultural inmaterial del país asiático.
A medida que fue creciendo, y recorriendo el camino abierto y transitado por las seis generaciones anteriores de su familia, el artesano fue puliendo su estilo y perfeccionando su técnica. Sin embargo, su labor no recibía mayor reconocimiento de sus coterráneos, y ni siquiera de su esposa, quien día tras día le reprochaba el que dedicara tanto tiempo al arte y le pedía, no pocas veces de forma airada, que explotara su talento manual no para sacar caras de los árboles sino para sacar frutos de la tierra.
Para fortuna de todos, él se negó.
El primer impulso a su compromiso con las máscaras de la ópera Nuo llegó en 1979, cuando, gracias a la recién lanzada política de reforma y apertura, dicha milenaria manifestación artística empezó a ser promocionada por el Gobierno central. Ya allí muchos de quienes antes se burlaban de él en su natal distrito de Dejiang cambiaron su actitud y dieron sus primeros golpes de cincel y toques de laca.
El desarrollo de la ópera, y de las actividades comerciales, llevó a que Dejiang, ubicado en la provincia de Guizhou, se convirtiera en todo un centro de producción de máscaras. Pero Wang había tomado ventaja, y finalmente tuvo la oportunidad de capitalizarla en 2003, cuando las autoridades locales celebraron un seminario internacional sobre la ópera. Los participantes quedaron deslumbrados con la calidad de su trabajo.
Desde entonces, Wang Guohua empezó a mirar la pobreza por el retrovisor, y logró, por fin, la ansiada bendición de su esposa para dejar de lado la labor agrícola y dedicarse de lleno a su arte.
"Ganar dinero está bien, por supuesto, podemos llevar una vida muy cómoda, no nos falta nada, pero yo siempre he hecho esto por amor al arte", dice en diálogo con Xinhua en su modesto taller, que está en la aldea de Changzheng.
Allí, junto con sus asistentes y aprendices, pasa el día aplicando a los troncos de ciprés y álamo los 20 pasos diferentes que se requieren para completar cada pieza, un proceso totalmente manual que puede tomar hasta diez horas.
Y es que no se trata de reproducir en serie caras de personajes. Son 24 espítirus diferentes, cada uno con su propia historia dentro de la trama. Las expresiones de las máscaras cambian de acuerdo con el momento de la narración. A veces sonríen, a veces meditan, a veces asustan. Por eso, Wang ya tiene grabados en su memoria más de 200 modelos, los cuales talla con la mayor naturalidad.
"Lo más difícil no es lograr el personaje sino darle la expresión apropiada para cada escena", explica Zhou Guozai, quien ha sido la mano derecha de Wang desde 2006.
Zhou no se ruboriza al afirmar que tanto él como su maestro han dominado el arte al punto de que ya no cometen errores, cada tronco que cae en sus manos llega al mercado convertido en una máscara perfecta. Wang es un poco más modesto y asegura que aún está aprendiendo. "Siempre estoy buscando la perfección, siempre hay algo que se puede hacer mejor", asegura.
En lo que sí están ambos de acuerdo es en que su estado de ánimo y de salud son cruciales a la hora de acometer la labor. "Si uno está enojado o preocupado, o si está indispuesto, si no se siente bien, todo eso afecta el resultado final y se ve reflejado en la expresión de la máscara", revela Zhou.
Pero hay un ingrediente adicional, tanto o más importante, para que la pieza tenga la expresión ideal. "Hay que conocer al personaje y entenderlo, hay que ponerse en su piel y saber qué está sintiendo (en cada momento de la obra) para poder darle la expresión adecuada", explica Wang.
Y para lograr esto, tanto él como Zhou se convirtieron en actores de la ópera. En el marco de festivales culturales, y también cuando reciben invitaciones desde otras aldeas, poblados o provincias, ellos se enfundan en el colorido vestuario de sus personajes, se cubren el rostro con las máscaras que ellos mismos han hecho, y salen al escenario a representar, con bailes y cantos, acompañados de gongs y tambores, las historias de aquellas deidades que ahuyentan a los malos espíritus y luchan por la justicia.
Hace ya varios años que Wang Guohua dejó de ser una personalidad local para convertirse en un representante del arte tradicional chino reconocido en el exterior. En 2010 fue llevado a París para participar en una exposición cultural. Además, sus máscaras, las cuales pueden llegar a costar hasta 320 dólares por unidad, hoy lucen expuestas en diferentes museos de Francia, Holanda, Bélgica, Italia y Japón. El Museo Nacional de las Culturas del Mundo, con sede en Ciudad de México, cuenta con 12 piezas, en agradecimiento de las cuales entregó a Wang un certificado que él exhibe con orgullo en su taller.
El reconocimiento máximo para el artesano fue su designación, en 2012, como maestro del patrimonio cultural intangible a nivel provincial, honor que, hasta ahora, solo él ostenta en Dejiang. "Es un honor, pero también una responsabilidad", la cual no le cuesta trabajo asumir. La misma paciencia que tiene para trabajar la madera la exhibe para transmitir sus conocimientos.
"Él no nos oculta nada, está dispuesto a enseñarlo todo", comenta Wang Hu, de 26 años quien lleva tres aprendiendo a esculpir y pintar máscaras. Este joven, que cuando no está labrando la madera juega al baloncesto, es uno de los muchos que se fueron a probar suerte en otras provincias en busca de mejores ingresos pero no encontraron lo que buscaban, y al regresar descubrieron que la riqueza estaba allí mismo, en su propia tierra.
"Yo trabajé en una fábrica en Guangdong, y cada mes solo me quedaban 2.000 yuanes (290 dólares) libres. Aquí me gano 5.000 (725 dólares)", celebra. Día a día, Wang Hu va al taller de su maestro a perfeccionar su técnica y a seguir avanzando hacia la ansiada independencia económica. "Todo el dinero que gano haciendo esto es para mí, el maestro no me cobra por enseñarme".
No le cobra a él ni a ninguno de sus ocho aprendices, y su afán por transmitir este arte milenario lo ha llevado a abrir espacios en su agenda, más apretada de lo que pudiera pensarse, para ir a las escuelas de la zona a tratar de despertar el interés de los niños. "Nosotros no tenemos descanso, siempre estamos recibiendo pedidos y apenas si logramos satisfacer la demanda. Pero el arte no tiene valor monetario, y si no lo enseñamos se va a perder. Yo tengo el compromiso de evitar que eso pase", explica.
La demanda de la que habla ya no es solo nacional. A los ya voluminosos pedidos que, especialmente en época de Año Nuevo lunar, recibe desde Shanghai, Shenzhen y varias ciudades de las provincias de Hubei y Hunan, se han sumado compradores de Singapur, Rusia y Japón. En promedio, cada mes su empresa produce 200 unidades.
El compromiso de Wang Guohua con el arte del que se enamoró hace ya 36 años y que le ha dado fama y dinero, no tiene límite. Su más reciente idea para perpetuarlo es el Centro Cultural y Museo de Máscaras de la Ópera Nuo que, junto con el Gobierno local, está construyendo en Changzheng. Allí no solo hay ya muestras de los diferentes personajes del drama, sino que también se adecuará un escenario para hacer presentaciones. Y, lo más importante, él y sus discípulos más experimentados enseñarán los secretos de la elaboración de las máscaras y de la representación de las piezas teatrales a todos quienes los quieran aprender.
Hoy en Changzheng ya no queda nadie que no respete a Wang, sus máscaras y la ópera Nuo. Es más, aunque la agricultura sigue siendo un soporte importante para la economía local y no pocos siguen optando por desplazarse a regiones más desarrolladas del país en busca de mejores ingresos, la mitad de sus casi 3.000 habitantes ha optado por derivar su sustento de la talla de la madera en busca de rostros, de los rostros de esos dioses que ahuyentan la maldad, defienden la justicia, y, además, traen la riqueza.