Por Raúl Menchaca
LA HABANA, 27 ago (Xinhua) -- Establecidos durante la etapa colonial como "bailes de negros", los carnavales constituyen hoy una expresión de la diversidad cultural cubana y, sobre todo, un momento de diversión anual arraigado en el gusto popular.
En La Habana, donde durante tres fines de semana y hasta este domingo el emblemático Malecón se convierte en un gigantesco escenario, donde miles de personas cantan y bailan al paso de las comparsas y carrozas tradicionales que desfilan durante el carnaval.
"Es un momento de diversión que nadie quiere dejar pasar", dice a Xinhua la joven Yusimí González, una estudiante de 19 años que no se pierde un carnaval "desde que era chiquitica".
"Me gustaría mucho ir a los carnavales de Santiago de Cuba que dicen son los mejores del país", afirma con un dejo de nostalgia en la voz.
La Habana y la oriental Santiago de Cuba, que es la segunda ciudad en importancia del país, se disputan la organización de las fiestas más fastuosas, aunque para muchos el carnaval santiaguero, que se realiza cada año en julio, constituye la expresión más genuina de la cultura popular.
En Cuba no hay distinción de edades para participar en los carnavales, y por eso se pueden encontrar a ancianos que bailan en un grupo tradicional, como Manuel Mora, quien a los 74 años encabeza la comparsa de El Alacrán, que con 109 años es la más antigua de la isla.
"Me voy a morir bailando", dice Mora entre risas, después de señalar que hace 36 años que forma parte de la comparsa en la que es el participante más anciano.
Pero Mora no es un caso único, porque en otra agrupación, Los Marqueses de Atarés, sobresale Pedro Rivero, un negro alto y delgado que a los 73 años aún conserva un porte erguido que le confiere un aire de grandeza.
Vestido de blanco de los pies a la cabeza, como los Babalawos, los sacerdotes de la Regla de Ocha o santería cubana, Rivera marcha delante de la comparsa y con su bastón en alto va saludando a todos, en especial a los niños.
Las fiestas están asociadas a las celebraciones religiosas y al mestizaje entre africanos y españoles, alcanzado en un largo proceso que tuvo lugar en la isla a partir de la introducción de esclavos traídos de África que se inició en 1550.
Las raíces están en las celebraciones del Corpus Christi, la Epifanía y el Día de Reyes, cuando autorizados por los amos, los negros esclavos organizaban danzas y marchas colectivas en los momentos que tenían para disfrutar de algunos días de descanso.
Aparecieron entonces los Cabildos de Nación, grupos integrados por los negros africanos que mostraban al público su cultura, a los que se unió la Tumba Francesa, una agrupación que llegó a la isla con los franceses y sus esclavos haitianos.
Esa amalgama de tradiciones y creencias, que más tarde incluyó el aporte de emigrantes chinos, se fue refinando en un crisol cultural hasta convertirse después en las actuales fiestas populares, donde la conga tiene el protagonismo musical.
"La conga es el alma del carnaval", asegura Xiomara Velázquez, una mulata corpulenta que desde un palco observa las evoluciones de las comparsas, pero al mismo tiempo baila y trata de imitar los pasos de los bailarines.
La mujer está acompañada por sus hijos, quienes también bailan y se mueven por todo el palco en un despliegue increíble de alegría y musicalidad.
Esa familia es apenas un ejemplo de los miles de cubanos que cada año son espectadores, pero pasan a ser participantes activos de la fiesta atraídos por la música interpretada por los grupos populares más selectos y los pegajosos estribillos.
Ni siquiera las estrecheces económicas del país, que han golpeado el lustre del Carnaval, han disminuido el carácter lúdico de esas celebraciones anuales que tienen lugar prácticamente en todas las provincias de la isla.
Por eso, cada año en los días del tórrido verano caribeño, miles de cubanos a lo largo y ancho de la isla se lanzan a las calles para disfrutar del Carnaval, una fiesta centenaria, con raíces en la Cuba colonial, pero que en pleno siglo XXI es la más popular del país.