Por LUIS BRITO
MEXICO, 25 sep (Xinhua) -- Natalia Valladares, una comerciante informal de 60 años, dice que no sabe si podrá habitar de nuevo su hogar. El temblor de 7,1 grados que golpeó a la Ciudad de México dañó edificios alrededor de la casa donde vive con su nieta y las evacuaron por precaución.
Desde que pasó el temblor, el 19 de septiembre, su techo ha sido un gimnasio público que la delegación política Benito Juárez abrió como refugio. Sentada sobre la colchoneta para gimnasia donde duerme por las noches, la mujer comenta que, por ahora, lo peor de su caso es la incertidumbre en torno a la casa que habita desde hace décadas.
"No puedo entrar a la casa, no han ido a ver si está en condiciones de habitarla. Ya que me digan para buscar una solución", urge Natalia, viuda desde hace cuatro años. Su nieta, de 13 años, la escucha tendida boca abajo sobre la colchoneta azul que le sirve de cama temporal.
Confía que su hogar, en un callejón del barrio Santa Cruz Atoyac, en Benito Juárez, pueda salvarse de las huellas del temblor. El devastador terremoto de 1985, que cobró más de 10.000 vidas también un 19 de septiembre, la dañó pero siguió habitándola porque reforzó su estructura.
El problema son los edificios contiguos o cercanos. A menos de 200 metros de distancia, un condominio de seis pisos en avenida Emiliano Zapata se derrumbó por completo y de entre sus escombros los rescatistas sacaron habitantes tanto vivos como muertos.
"La casa está como encerrada porque de un lado tengo una barda muy alta y en la parte de atrás, pegados a la casa, otros dos edificios. Entonces está peligroso", describe.
Natalia explica que su casa es también su negocio, porque todas las mañanas desde que murió su pareja sacaba una mesita para vender guisados a los burócratas de oficinas cercanas como forma de ganarse la vida. Calcula que cada jornada obtenía unos 600 pesos (33,5 dólares).
En el refugio temporal, frente a las oficinas centrales de la delegación, tiene alimentos calientes tres veces al día, regaderas y médicos a su disposición, pero no es su hogar. "¿Cómo se siente estar aquí? Una está acostumbrada a lo suyo, ahora hay que estar esperando si hay agua caliente para bañarse", detalla.
Su caso es un ejemplo del promedio de 500 personas que el refugio ha recibido cada noche desde el temblor, según la delegación. Unos perdieron su vivienda porque se derrumbó o quedó fracturada, mientras que otros están a la espera de que protección civil revise su casa.
El sismo, que hasta esta noche sumaba 187 muertes en la Ciudad de México, derrumbó 13 edificios, dejó en riesgo del colapso otros 28 y con daños importantes 150 más en Benito Juárez, una céntrica delegación de la urbe, de acuerdo con su jefatura delegacional.
La alcaldía contabilizaba hasta hoy 1.808 edificios o casas con algún tipo de daño en toda la ciudad: 1.308 que necesitan reparación y 500 que tienen que ser inspeccionadas por segunda ocasión por sus fracturas y mientras tanto no pueden ser habitadas.
Los distintos albergues abiertos en la capital han atendido a casi 25.000 habitantes durante los seis días transcurridos desde el temblor y sólo hoy recibieron a 1.800 damnificados.
María Trinidad Lara, vecina de colchoneta de Natalia, lleva cuatro noches en el refugio ante el temor de que su casa haya quedado dañada. Los dos primeros días tras el sismo, la también comerciante informal de 62 años, los pasó si luz ni agua en su hogar de la calle Tokio, en el barrio Portales.
"Creo que regresaré ahí mismo porque no tengo para dónde irme. Soy incrédula que alguien me apoye", dice la mujer, que habita la casa desde hace 25 años.
Los inquilinos de un condominio de ocho niveles en avenida Emiliano Zapata, a 200 metros del edificio que se derrumbó y en el mismo barrio de Natividad, no han vuelto a entrar a los 59 departamentos porque están convencidos que el sismo lo dejó inhabitable.
Unas familias duermen en el refugio en el gimnasio y otras en un albergue abierto por el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de la ciudad, a dos calles de distancia. Varios habitantes se turnan para acampar afuera del edificio con el fin de vigilar que los ladrones no entren a robar sus muebles.
"Estamos resguardando y esperando que llegue un peritaje para que nos digan qué vamos a hacer, qué sigue, porque no nos podemos quedar en la calle", sostiene Gabriela Calzada, quien dice que habitaba en el último piso desde hace 30 años.
Detrás de ella, cinco niños corren entre las 14 tiendas de campaña que levantaron desde la noche del sismo en una pequeña plaza frente al edificio.
La mujer vive de vender desayunos afuera de la estación Zapata del metro, a unas calles de distancia. Explica que la mayoría de los inquilinos también son comerciantes informales que desde hace más dos décadas comenzaron a ocupar los departamentos, supuestamente abandonados por sus propietarios porque el terremoto de 1985 dañó el edificio.
"Yo tengo miedo de meterme por la seguridad de mis hijas", dice una inquilina madre de tres niñas de 4, 5 y 7 años de edad, que prefirió mantenerse en el anonimato.
Detalla que por las noches lleva a sus hijas al refugio del gimnasio o del DIF, pero ella y su esposo, un vendedor de agua embotellada, duermen en su camioneta afuera del edificio.
En el refugio del DIF, abierto en un centro recreativo bajo administración del gobierno de la ciudad, hoy atendían a 84 damnificados con alimentos, agua, artículos de aseo personal, médicos y psicólogos. Para los niños han realizado actividades lúdicas a lo largo de los días e incluso un cuarteto de cuerdas sonorizó la estancia de sus usuarios.
El temblor sumaba hasta esta noche 326 víctimas fatales en total por muertes en otras cinco entidades del país: 74 en Morelos; 45 en Puebla; 13 en el estado de México; seis en Guerrero, y una en Oaxaca.
"Nadie tiene a dónde irse. Así como tembló nos salimos todos y estamos viviendo de lo que nos han traído voluntarios. Vamos haciendo guardias, una noche unos dormimos aquí y otros en el refugio y así sucesivamente", narra Gabriela.