Restaurante de mariscos en Shanghai, 30 de junio del 2019. [Foto: Wang Gang/ China Daily]
Por Yasef Ananda
Beijing, 02/07/2019 (El Pueblo en Línea) - Desde que se anunció en Shanghai la nueva regulación municipal -en vigor desde este lunes- que indica la responsabilidad individual y comunitaria directa en la gestión de los residuos domésticos, en las redes sociales chinas se percibe una entusiasta ebullición y un dinámico intercambio de mensajes. Grupos de residentes –tanto nacionales como extranjeros, que viven en diferentes ciudades chinas- recaban información, crean grupos en Wechat y dialogan sobre los requisitos, necesidades y el probable alcance que trae la nueva clasificación de la basura desde el hogar y el vecindario. Esta integradora actitud representa todo un paso dentro de las transformaciones sociales que revitalizan al país y contribuye a la construcción de una sociedad modestamente acomodada.
La nueva regulación municipal, votada y aprobada por los legisladores, instruye a cada hogar e institución que clasifique su basura en cuatro categorías: reciclables, desechos de cocina, residuos peligrosos y residuales. Y advierte que se impondrá una multa de 200 renminbi (30 dólares estadounidenses) a las personas que incumplan. En el caso de las empresas, la multa puede llegar hasta los 50.000 renminbi. Paralelo a ello, y como sana estrategia de contrapeso que emana de una administración pública con sentido común, se recompensa la entregar de los desechos en el área asignada y durante los horarios establecidos. Los puntos adquiridos se podrán canjear por diversos artículos y útiles para el hogar. Es un modelo inicial. Para aquellos que no puedan cumplir con los horarios de entrega (de 6:30 am a 8:30 am/6:00 pm a 8:00 pm), en el futuro habrá que convocar en horarios más flexibles o implementar soluciones automatizadas, como se hizo con la instalación de taquillas electrónicas para la entrega de las compras efectuadas en plataformas virtuales. También, en consonancia con la impronta y los ingresos que la propia actividad genere, será conveniente ampliar los beneficios individuales y comunitarios que se reciban.
La nueva regulación municipal, votada y aprobada por los legisladores de Shanghai, instruye a cada hogar e institución que clasifique su basura en cuatro categorías: reciclables, desechos de cocina, residuos peligrosos y residuales. (Foto: cortesía)
A día de hoy, los 24 millones de residentes en Shanghai producen 28.000 toneladas métricas de residuos domésticos diarios. Beijing, por su parte, genera otras 26.000 toneladas (1,1 kilogramos promedio por residente). En la capital china existen 29 instalaciones de tratamiento de basura y todas operan a plena capacidad. Mientras que los vertederos de Shanghai ya ocupan 30 kilómetros cuadrados (casi el tamaño de Macao).
Muchas personas en China han comprendido que no se puede seguir con una mentalidad de la “era de las cavernas” donde la ocupación de tierras útiles, la incineración y el vertido en ríos y océanos sean los “modernos” aportes a una civilización de destino común que sufre (hasta el deshielo de sus glaciares) el exceso de su desaforado modelo de consumo global, y en su afán de seguir creciendo reafirma la explotación intensiva de los recursos naturales, la liquidación -en lapsus cada vez más breves- de todos aquellos objetos y tecnologías que ya han cobrado su dinero y el desmesurado visto bueno hacia el objeto (e incluso hacia el sujeto) de valor “desechable”. Ser rehén de esta lógica es reptar como un cáncer, que en su infinita ambición de alambique, extenúa el soporte que dota de fluidez y sentido a la propia existencia. China, como segunda economía del mundo y uno de los mayores fabricantes de bienes del planeta, aspira a ser un elocuente ejemplo de esta nueva etapa donde los lastres se convierten en motivo de innovación e inéditos triunfos.
Si miramos hacia América Latina, los estudios indican que cada latinoamericano produce como promedio entre 1 y 14 kilogramos de basura al día. Sin embargo, la región no recicla más de un cinco por ciento. Si la basura, como ha establecido Shanghai, se organizara desde la base entonces se podría reciclar más de un 90 por ciento. Sin embargo, si los desechos llegan mezclados a las instalaciones de tratamiento, apenas se podrá encausar un 30 por ciento del total. Y aunque Costa Rica, Chile, Argentina y Perú sobresalen, en el 2018 ningún país de América Latina superó el 15 por ciento.
Con luz larga, Shanghai se establece cívica y sostenible. Y junta a otras ciudades del gigante asiático que se irán sumando (para el próximo año hay 46 grandes ciudades que establecerán su propio sistema de clasificación de la basura doméstica) le planta cara a la agobiante proliferación del caos que desperdicia y viceversa, añadiendo revertir el padecimiento de una pujante economía de mercado con alta densidad poblacional y un elevado consumo per cápita. ¿Cómo lo hace? Con sus activos más importantes: planificación estratégica, implementación eficaz y el responsable apoyo de sus comunidades. Shanghai toma impulso para el salto cualitativo que borre de su realidad inmediata aquella recurrida escena del recolector pedaleando una bicicleta tan atestada de basura que emulaba con un ventrudo aerostato o aquel ambiente insalubre de ciertas calles y espacios ciegos dentro de las propias comunidades, tapizados por bolsas de nylons, retazos de electrodomésticos y lleno de vectores que pululaban entre el grupo de obreros informales que clasificaban día y noche.
Entonces ¿Por qué hay que “molestarse” en ordenar la basura? Sencillo de entender. La basura, clasificada desde la base, puede utilizarse de una manera más eficiente: los desechos de la cocina pueden convertirse en abono, los residuales pueden convertirse en combustible para generar electricidad y los materiales reciclables ahorran recursos naturales. Además, el reaprovechamiento conjunto de los recursos del barrio potencializa una mayor cohesión y complicidad, que a su vez, desbordará hacia otras áreas que hoy adolecen como las oportunidades de reutilizar y reparar, ambas prácticas muy apreciadas dentro de la economía circular. Desde el hogar y la comunidad, producir menos basura resulta tan esencial como clasificarla bien.
Sin embargo, como suele suceder en América Latina, hay quienes se quejan cuando tienen que ocuparse de su propia basura porque les provoca “molestias” y “retrasos” en su idolatrada rutina existencial. Su falta de aptitud para la convivencia, edicto mediante, les provoca un imprevisto escozor. ¿Cosmética o cirugía? Ante estas actitudes, y en la medida que las ramificaciones prácticas de la nueva regulación municipal se expresen y armonicen de una manera tácita y cordial con todos, dicha coral -integrada por los escépticos, egocéntricos, desinformados y atravesaos de siempre- irá restando voces.
Naturaleza obliga. Las comunidades urbanas de China han decidido cooperar e implicarse directamente en la reforma del sistema de clasificación de los desechos que ellas mismas producen, tributando agilidad, sanidad, eficiencia y sentido de pertenencia a las urbes donde viven y aspiran a desarrollarse de forma sostenible.
(Web editor: 赵健, Rosa Liu)