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¿Por qué clamamos el retorno de don Quijote? (I)

Actualizado a las 23/06/2016 - 16:33
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Extracto

Los dos auges de la traducción de El Quijote en China. El primer acaecido en la década de los 30 del siglo pasado se debió a la crisis nacional provocada por la inminente invasión japonesa, la cual requería un idealismo vigorizante para poner en movilización a toda la población. El segundo auge surgido recientemente es una respuesta intelectual frente al desbordamiento del materialismo que se observa en la China actual y que se manifiesta en un descarado pragmatismo metalizado. De modo que como alternativa contrapuesta, las mentes más sensibles del país han tenido que recurrir al idealismo quijotesco.

Palabras clave: don Quijote, idealismo, materialismo, justicia social

No es casual que de un tiempo para acá hayan surgido casi simultáneamente en esta tierra varias traducciones de El Quijote. Puede que hayan tenido que ver bastante ciertos tejemanejes comerciales, pero yo prefiero rastrear motivaciones más trascendentales. Sospecho que se trata de una sed social, sed del idealismo. La misma pasión por don Quijote se dio en la década de los 30 del siglo pasado, pues se publicaron en China, entre 1931-1939, por lo menos cuatro versiones de la obra inmortal de Cervantes, como en competencia con otra mucho anterior intitulada Vida del Paladín Encantado, adaptación hecha de manera muy indirecta por un literato de vieja modalidad llamado Lin Shu. Aquel interés derivó también de la ansiedad por un idealismo que vigorizara a la nación frente a la inminente amenaza de verse anexionada por Japón.

¿Cuál sería la amenaza que afrontamos ahora para que volvamos a acordarnos de don Quijote y clamar su retorno? Según me parece, no es más que la acción descarada o subrepticia del materialismo. El mal cobra mayor relieve y voracidad en China por su reciente y furiosa irrupción en venganza de otro desequilibrio que acabamos de abandonar: la excesiva y unilateral exaltación de un idealismo tan totalizante que resultó inalcanzable. Ya ven ustedes, otra vez la perpetua paradoja de la que no podemos deshacernos nunca: procurarnos el equilibrio en medio de constantes desequilibrios. El materialismo que se presenta con ciertas particularidades en China, es en realidad un fenómeno universal.

Como se observa, la tecnología moderna ha proporcionado a una parte de la población mundial un nivel de vida nunca soñado, mientras promete algo parecido a la mayoría en un plazo más o menos remoto. Esta realidad y perspectiva ha despertado en el hombre , más que nunca, la soberbia y la codicia. Se cree permitido con todo derecho y dotado de plena aptitud para expoliar el entorno. De ahí la furia por acaparar riquezas que azota todo el planeta en detrimento de muchos otros valores humanos. ¿Y las consecuencias? Tan nefastas como palpables. Paralela al galopante deterioro del medio ambiente, asistimos a una paulatina deshumanización del hombre que se va volviendo en mero animal económico.

El amor, el altruismo, la solidaridad, la responsabilidad social, el sentido de equidad y la justicia brillan en muchos casos por su absoluta ausencia. Si no, ¿a qué se atribuirán tantas guerras, tanta violencia, tanta rapiña, tanta arbitrariedad, tanta indiferencia ante los sufrimientos ajenos? No crean ustedes que estoy predicando un inhumano ascetismo. No, nada de eso.

Soy consciente de que cualquier ente viviente tiene derecho a un elemental confort material. Pero el hecho es que el mejoramiento de las condiciones materiales no se ha traducido necesariamente en una elevación de la naturaleza humana como preveían los cientificistas, y no podemos negar que en el mundo actual la balanza está tan oblicuamente inclinada que amenaza con quebrar el equilibrio entre lo material y lo moral. Ya es hora de poner algunos contrapesos, entre ellos, el idealismo quijotesco, ya que una sociedad desprovista de aureola idealista acabará hundiéndose, por exceso de lastres, por metalización, por enfriamiento, en un abismo donde no haya redención posible.

Es decir, cuando Sancho Panza se queda sin Quijote, se rompe aquella armonía en que los dos formaban una pareja recíprocamente complementaria y contrastante. Entonces ha ocurrido lo que debe ocurrir. Sancho se ha apartado de los senderos de la buena crianza que su amo ha hecho en su agostado entendimiento abonándolo y cultivándolo como si se tratara de tierras estériles y secas. Ahora el pobre vuelve a su rústico instinto dejándose romper el saco por la codicia. Pero lo grave no se limita sólo al nuevo embrutecimiento de Sancho, que evidentemente supone una degradación de nuestra especie. Junto a esto, se está perfilando una perspectiva mucho más inquietante.

Faltando don Quijote, ¿qué será de nosotros con tantos agravios sin desfacer, tantos entuertos sin enderezar, tantas sinrazones por enmendar, tantos abusos sin corregir y tantas deudas sin ser pagadas? Para eso no se puede contar con los Sanchos, por numerosos que sean, porque sólo se disponen a despojar al prisionero, una vez que su amo lo deja derribado en el suelo. De modo que no nos queda otro remedio que clamar con toda vehemencia un nuevo retorno de don Quijote, cuya presencia luminosa a lo mejor contribuirá de alguna manera a balancear nuestro buque para dirigirlo hacia un punto de equilibrio.

Puede que se nos repruebe la ocurrencia de recurrir a un lunático, pero no nos acomplejemos. Es precisamente lo que buscamos. ¿Acaso no está de moda que mucha gente se las eche de lista engañando, estafando, traicionando? Pues bien, llevémosles la contraria. De todas maneras siempre han sido tildados de locos y han constituido objeto de burlas aquéllos que abrazan algún ideal y persisten en alcanzarlo.

De una cosa estamos seguros: un mundo compuesto exclusivamente por listos y sensatos, con los locos y los tontos desterrados, es un mundo no sólo monótono sino siniestro. Además, no sabemos todavía a ciencia cierta quién está más loco. ¿Lo está el que abriga un noble ideal, por ilusorio que sea, y no ceja en los esfuerzos por aproximarse a su meta o el que se lanza frenético en persecución de las riquezas en las que ve su única razón de ser? Para mí, siempre es preferible lo primero. Después de todo, ennoblece, mientras que lo otro envilece.

El hombre, durante su penoso recorrido a lo largo de la historia, siempre ha aspirado a una serie de normas que, según piensa, constituyen la premisa de la armonía, del decoro, del bienestar. Desde tiempos inmemoriales, ese sueño dorado ha inspirado a generaciones y generaciones de filósofos y poetas, ha animado a sucesivas sectas de reformadores, ha exaltado a ininterrumpidos contingentes de revolucionarios y por supuesto también ha facilitado, desgraciadamente, armas a proliferantes turbas de demagogos. No obstante, tras tan prolongados forcejeos e incontables sacrificios, la aspiración no ha dejado todavía de ser simple aspiración.

Hasta hoy día, el sueño tan largamente acariciado no sólo está distante de hacerse realidad, sino que frecuentemente se vienen dando efectos contrarios. Pues bien, en una época en que este ideal tan antiguo como la misma humanidad se va quedando en el olvido y que para mucha gente es una cantinela que huele a rancio, merece la pena repasar la lección. No ambicionamos despertar del letargo a la multitud.

Nos conformamos con llamar la atención sobre lo desquiciada que es la fase que nos toca atravesar. Bien, acerquémonos a don Quijote para escucharlo. Lo que nos va diciendo, posiblemente, puede servir como una especie de bálsamo refrescante capaz de aquietar un poco este mundo atormentado por perniciosas calenturas .

Sobre el buen orden social y la Justicia:

Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de “tuyo” y “mío” … No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La Justicia estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez … (I, 10)

Bueno, en lo tocante a eso de mío y tuyo, cabe quizá un breve paréntesis: En realidad no es conveniente ni posible aunar ambas cosas. Mientras existan un yo y un tú, siempre les corresponderá eso de mío y tuyo. Lo que ocurre en esta edad nuestra de hierro amargo son dos extremos que no pudieron haber sospechado en absoluto aquellos bondadosos salvajes. Pues a veces, lo mío es mío y lo tuyo también. Aquí fue Troya. Y otras veces, lo mío no es mío; lo tuyo tampoco es tuyo. Dicen que es de todos, luego no es de nadie. Resultado: todo el mundo al pillaje. Ya está, sigamos con las citas:

Sobre la correcta manera de administrar la Justicia:

Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión, las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la capacidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de su injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio; y si lo tuvieren, será a costa de tu crédito y aun de tu hacienda. …………. Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. (II,42)

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