BEIJING, 19 nov (Xinhua) -- El sentido común enseña que las actividades de libre comercio rápidas y enérgicas pueden ayudar, con un bajo coste, a incubar prosperidad económica y niveles de vida más altos.
A pesar de ser la región económicamente más boyante del mundo, Asia-Pacífico afronta la tarea excepcionalmente ardua de ayudar a la gris economía global a recobrar el crecimiento sostenible.
Líderes y representantes de las economías regionales asisten en la capital peruana, Lima, a la reunión anual del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC) durante este fin de semana, un encuentro en el que deben abordar el aislacionismo anticomercial y aceptar un acuerdo comercial que puede realmente dar brillo al futuro económico de la región.
En la reunión de APEC celebrada en Beijing en 2014, las 21 economías de la cuenca del Pacífico respaldaron una hoja de ruta para fomentar y eventualmente establecer el Area de Libre Comercio de Asia-Pacífico (FTAAP, por sus siglas en inglés).
Propuesto por primera vez en 2006, el FTAAP hace hincapié en la inclusión, busca una mayor integración económica regional y podría desatar un potencial enorme para lograr un crecimiento económico rápido y una distribución de la riqueza equilibrada.
Estos mismos principios y méritos representan quizás el mejor tipo de acuerdo comercial, que podría aunar a varias de las economías mundiales más diversificadas bajo el mismo conjunto de reglamentos comerciales y de inversión.
Un pacto comercial inclusivo reduciría también la fragmentación provocada por muchos de los acuerdos de libre comercio independientes y no inclusivos de la región, como es el caso del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP).
El TPP no trata, en realidad, de impulsar el libre comercio. Es el arma económica de la estrategia geopolítica de la administración de Obama para asegurarse de que Washington ostenta la supremacía en la región.
La exclusión de este convenio de China, la segunda economía y principal nación comercial del mundo, ha demostrado que Estados Unidos se preocupa más por su pretendido derecho a escribir las reglas de la región económicamente más dinámica del mundo que de los beneficios reales que el acuerdo pueda suponer para las otras 11 partes negociadoras que Washington trata de seducir.
Recientemente, el presidente estadounidense saliente, Barack Obama, decidió, aunque a regañadientes, dejar que sea su sucesor, el presidente electo Donald Trump, quien determine el destino del TPP.
La retórica de su campaña indica que Trump no será amigo del libre comercio y su arremetida contra el TPP no augura nada bueno para ese pacto comercial.
Lo más alarmante es que el próximo presidente estadounidense podría volverse atrás en otros acuerdos de libre comercio en el área y más allá.
En dos meses, Trump tomará el mando de la mayor economía del mundo. Transformar sus embestidas contra el comercio durante la campaña en políticas reales asestaría un golpe a cualquier esperanza de que Asia-Pacífico tenga finalmente su esperado acuerdo de libre comercio. Y lo que es peor, podría causar a su país y al resto del mundo un sufrimiento más profundo.
El multimillonario convertido en político debe probar que hacer descarrilar la economía mundial no era una de sus razones para competir en las elecciones presidenciales estadounidenses.
Mientras tanto, frente al aumento del fervor anticomercial global, las economías de Asia y el Pacífico deben evitar respaldar el aislacionismo y el proteccionismo de todas las formas. Abrazar la apertura, y no rechazarla, es quizás la mejor forma que tienen de navegar por los aprietos económicos actuales.