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Volviendo a sus orígenes, crónica de un siglo en una familia chino-peruana

Actualizado a las 21/11/2016 - 15:47
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Por Zhao Hui, Chen Yin y Xiao Chunfei

LIMA, 20 nov (Xinhua) -- Hace 100 años, un hombre de origen cantonés partió de la parte meridional de China a bordo de un barco hacia Perú, un país lejano ubicado en el otro lado del océano Pacífico. A través de olas y tormentas tempestuosas, llegó a esta tierra desconocida.

Trabajó mucho, se quedó allí en Perú, y formó una gran familia. Pero nunca pudo regresar a su tierra natal.

Afortunadamente, el tiempo le ayudó a cumplir su deseo de volver a casa. Sus descendientes regresaron a China de una manera que este señor nunca podía haber imaginado.

Todo esto no es más que una crónica de esta familia ordinaria, a lo largo de todo un siglo, cinco generaciones y unos 20.000 kilómetros de distancia.

UNA VISTA SOLITARIA

Un día del año 1915 o 1916, el señor pisó tierra peruana en el puerto de Callao, donde empezó su vida en el extranjero.

Era un chino cantonés, pero ya nadie recuerda su nombre chino. Igual que la mayoría de los campesinos chinos de aquella época, no leía, ni sabía escribir su propio nombre. Al registrar su nombre solo escribió "CHIA". Debía tener entre 20 y 25 años de edad a su llegada a Perú.

Tampoco tenía ninguna foto suya. Solo se puede pensar en su apariencia según las caras de sus hijos y nietos. Debía tener una figura típica de un hombre que viene de China meridional, con la piel morena, el cuerpo rechoncho, la cara cuadrada, cejas gruesas y ojos alargados que se estrechan al sonreír.

Pero si hablamos de hace un siglo es posible que el señor "Chía" no sonriera mucho. Era un peón contratado, o mejor dicho un culí. Después de llegar a Perú, tomó el nombre español de "Aurelio".

En el siglo XVI, unos comerciantes chinos que residían en Filipinas se trasladaron a Perú mediante la "Nao China" desde la capital de Manila. Pero la inmigración masiva china a Perú ocurrió en el siglo XIX con la llegada de los peones contratados chinos. Ellos sufrieron casi la misma tragedia que los esclavos africanos y otros culíes que llegaron con anterioridad.

Según se estima, entre las décadas de los 40 y los 70 del siglo XIX, unos 300.000 o 400.000 inmigrantes chinos arribaron a América Latina y la mayoría acabó en Perú, aunque muchos de ellos fallecieron durante el duro trayecto marítimo.

Hoy en día, es difícil reconstruir la experiencia de Aurelio en Perú en aquel momento. Sus descendientes solo recuerdan vagamente que llegó al puerto de Callao junto con sus hermanos.

Más tarde los hermanos marcharon a Chile, dejándole solo en Perú cultivando algodón en la provincia peruana de Ica. Nadie sabe en qué año, tras sufrir muchos dolores y sudores, Aurelio Chía logró pagar su deuda y gastó sus ahorros en abrir una panadería.

En los campos de algodón, en la panadería o durante sus momentos de descanso, Aurelio Chía levantaba los ojos y miraba a lo lejos, solitaria y melancólicamente, porque sabía que nunca podría volver a su casa ubicada en el otro extremo del océano.

El señor falleció en 1959, y fue enterrado en Perú, país extranjero para un culí chino.

Aunque tuvo ocho hijos, ningún otro miembro de su familia sabía hablar chino.

CHINA LEJANA

En 1925 nació Juan Francisco Chía, el sexto hijo de Aurelio Chía. En su vejez, Juan Francisco dejó un par de fotos con sus hijos. Hay una foto en la que aparece postrado en la cama durante una enfermedad, rodeado por tres sonrientes nietos suyos.

La infancia de Juan Francisco fue difícil. En su edad adulta, la economía de Perú mejoró y las exportaciones de materias primas estimularon el crecimiento sostenible económico. Juan Francisco trabajaba como taxista y regentaba una pequeña tienda.

Tuvo diez hijos, que aunque crecieron bajo circunstancias de vida difíciles, se convirtieron en profesionales de sus respectivos campos de interés.

Diligentes, ahorrativos y atentos a su educación. Aunque no hablaban chino, las características chinas se conservaban en la familia. María Esther Chía, una de las nietas que aparecían en la foto con el abuelo, notó desde muy pequeña que algunas de las costumbres de su familia eran obviamente diferentes a las de otras familias peruanas.

Los Chía, por ejemplo, tomaban mucho té y tendían a mantener mucho el orden. La familia era muy hospitalaria, recibiendo a las visitas con bocadillos y comidas, mientras que los peruanos no solían ofrecer comida en casa a los invitados.

En 1952, el pequeño Juan Francisco Chía vio la luz. Su abuelo falleció cuando él tenía siete años de edad. A los 8 o 9 años, comenzó a darse cuenta de que era descendiente chino. Los chicos de su vecindad le llamaban "el chino" por sus distintivos rasgos que le diferenciaban de los peruanos.

Cuando era joven, el sueño del pequeño Juan Francisco Chía era estudiar en Estados Unidos.

Durante muchos años, Estados Unidos fue el mayor socio comercial y una fuente importante de inversión extranjera para Perú, por lo que los dos países estaban estrechamente relacionados.

Después de graduarse de la Universidad Nacional de Ingeniería de Perú, el pequeño Juan Francisco Chía entró en una empresa minera, y se convirtió en un ingeniero metalúrgico. Tras siete años de trabajo duro, obtuvo una beca proporcionada por la empresa para estudiar en Estados Unido. Esto ocurrió en 1981.

Dos años después, consiguió el título de maestría y regresó a Perú. En el mismo año, la capital peruana de Lima y la capital china de Beijing se convirtieron en ciudades hermanas. Para Beijing, Lima fue su primera ciudad hermana en toda América Latina.

Al otro lado del océano Pacífico, China estaba comenzando con su política de Reforma y Apertura. Pero en Perú, este país asiático todavía era muy desconocido para el pueblo.

El pequeño Juan Francisco Chía sabía muy poco de China. Casi nunca se mencionaba la palabra "China" en la familia. No obstante, al elegir escuela secundaria para sus hijos, optó por el Colegio Peruano Chino Juan XXIII.

Este colegio estaba originalmente dedicado a la recepción de los niños de la comunidad china, pero con el transcurso de tiempo la mayoría de los estudiantes eran nativos peruanos.

La clase de chino no era una asignatura principal en el colegio, pero se celebraban una gran cantidad de actividades extracurriculares relacionadas con la cultura china, tales como clases de baile chino, tenis de mesa y artes marciales.

Una vez que los chicos se graduaron del colegio, el pequeño Juan Francisco Chía les envió a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), que es una de las mejores universidades de este país latinoamericano.

El pequeño Juan Francisco Chía, que había regresado de Estados Unidos, sabía que el país norteamericano contaba con una educación superior excelente que ayudaría a sus hijos a convertirse en profesionales. Ahorró todo lo posible junto con su esposa para que sus hijos pudieran acceder a las mejores universidades peruanas, y de allí seguir sus estudios en EEUU.

En 2004, el hijo mayor del pequeño Juan Francisco Chía, el chiquito Juan Francisco Chía logró acceder a la educación superior en Estados Unidos en el área de biología. Planeaba estudiar además medicina y se quedaría en el país norteamericano para ganarse la vida.

Justamente en la PUCP, María Esther Chía, la hija mayor de la familia, se encontró con Fernán Alayza y Guillermo Dañino, dos expertos en cuestiones sobre China. 


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