URUMQI, 5 nov (Xinhua) -- Ehmetniyaz Zakir, de 63 años, hace girar la rueda de la máquina de coser con una mano y sujeta con la otra la tela. En unos minutos ha bordado una delicada flor amarilla, para deleite de sus aprendices.
El hombre es natural de un pequeño pueblo del sur de la región autónoma uygur de Xinjiang, en el noroeste del país, y es sastre desde hace 40 años. Ahora lleva una nueva vida trabajando en una fábrica textil.
La planta, que está en el distrito de Lop, al borde del desierto de Taklamakán, se sitúa en la zona más empobrecida de la prefectura de Hotan.
Con apoyo financiero de las otras provincias han ido apareciendo fábricas en esta región, con el fin de ayudar a los uygures locales, como Ehmetniyaz Zakir, a salir de la pobreza.
Él aprendió a coser a la edad de 10 años. Cuando tenía 20, su familia consiguió una máquina de coser a cambio de una oveja y una vaca.
Sus trabajos lo hicieron conocido en esta área empobrecida y llevaron fortuna a su familia.
"Casi todas las personas iban a un sastre a hacerse ropa nueva, generalmente en vísperas de las fiestas", recuerda.
Pero la situación se deterioró a medida que la gente se iba enriqueciendo, puesto que al tener más ingresos disponibles empezó a comprar prendas confeccionadas masivamente.
En 2011 una línea ferroviaria conectó esta área aislada con el mundo exterior y la ocupación de sastre, que había dado orgullo a Ehmetniyaz Zakir durante muchos años, no producía suficientes ingresos. Unas ganancias de menos de 5.000 yuanes (754 dólares) al año no permitían mantener a una familia de siete miembros.
No fue hasta que abrió un taller de ropa que el sastre se sintió necesario de nuevo y decidió convertirse en uno de los escasos trabajadores hombres y de más edad del lugar.
"No quiero convertirme en una carga para mi familia", relató. El año pasado tuvo que someterse a una operación del corazón que costó casi 10.000 yuanes.
Su hija y su nuera, que se preocupan por su salud, han entrado también a trabajar en el taller y entre los tres ganan unos 120.000 yuanes por año.
"Es más estable que trabajar en las ciudades", destacó Rabi Mehmut, su hija.
A diferencia de las regiones costeras del este, donde las fábricas se enfrentan a una escasez de trabajadores, la prefectura de Hotan tienen un exceso de mano de obra de 600.000 personas y no hay suficientes oportunidades para ellos.
Desde 2011, 19 provincias y municipalidades han ayudado a construir fábricas para atraer negocios desde las regiones orientales.
Zhi Xianwei, funcionario de Beijing a cargo de la ayuda para Hotan, informó de que Beijing ha construido edificios para fábricas estándar de 273.000 metros cuadrados en la prefectura, que han atraído a 62 empresas y creado 37.000 empleos.
Se han creado más de un millón de puestos de trabajo desde que el gobierno empezó a dar ayudas para las prefecturas menos desarrolladas de Xinjiang, Hotan y Kashgar. Son empleos locales para una enorme cantidad de campesinos de grupos étnicos minoritarios que vivían en la pobreza.
Shu Weiping, dueño del taller en el que trabaja Ehmetniyaz Zakir, explicó que fueron las políticas fiscales preferenciales y los talleres prefabricados los que le atrajeron a la zona. Es optimista sobre el futuro de sus negocios y planea expandir la producción y duplicar la plantilla hasta 1.000 en cinco años.
Rabi Mehmut también tiene un plan.
"Trabajaré duro y aprenderé las técnicas que me enseña mi padre, así podré abrir un taller pequeño algún día", manifestó con una sonrisa.