BEIJING, 7 mar (Xinhua) -- El desarrollo de China está estrechamente conectado con el del resto de los países y su compromiso con el desarrollo pacífico no va a cambiar, afirmó el lunes el primer ministro, Li Keqiang.
No obstante, algunos países occidentales aprovechan cualquier oportunidad para exagerar una supuesta "amenaza china" inventada, con actitudes que van desde considerar a China un competidor estratégico y proponer prohibiciones sobre las adquisiciones gubernamentales de equipos de empresas tecnológicas chinas a someter las inversiones procedentes del país asiático a un mayor escrutinio por preocupaciones relacionadas con la seguridad nacional.
¿Por qué es tan difícil para ellos abandonar este pensamiento basado en el antagonismo, ver a China con menos suspicacias y aceptar el ascenso del país en el escenario mundial como la nueva normalidad?
Lo primero y más importante es que algunos no han logrado ajustar su mentalidad en Occidente ante el rápido desarrollo de China.
En gran parte de la historia desde la Revolución Industrial, una gran concentración del poder económico y la fuerza militar han permitido a Occidente dominar el escenario mundial y definir las reglas del orden internacional. Se ha acostumbrado a ejercer una notable capacidad para establecer la agenda global.
Con el desarrollo de China hasta convertirse en la segunda mayor economía del mundo, Occidente percibió una amenaza inminente a su hegemonía y, con el temor de que el mundo dejase de estar bajo su dominio, comenzó a retratar a China como su mayor rival estratégico. En consecuencia, las sospechas respecto a China se descontrolaron.
En segundo lugar, Occidente está poco preparado para adaptarse a los cambios que lleva aparejados el impulso de modernización de China.
Con su desarrollo, el país asiático está desempeñando un papel cada vez más importante en la economía global y se ha ido integrando con el mundo exterior a través del comercio y de los intercambios humanos. Como resultado, China ha definido sus intereses de forma más amplia y se ha implicado más activamente en los asuntos diplomáticos y de seguridad. También apuesta por la reforma del sistema de gobernanza global para atender mejor los intereses de todas las naciones.
Estos son acontecimientos completamente naturales derivados del ascenso de China y no deben provocar temores. Tampoco deben ser considerados una prueba de una creciente agresividad o ambición de Beijing de poner fin al orden internacional existente.
En tercer lugar, muchos en Occidente ponen demasiado énfasis en la incompatibilidad ideológica de China con el sistema de valores occidental y dicen de China que es "peligrosamente diferente" a ellos.
China se moderniza, pero ha mantenido buena parte de su propio modelo de gobernanza y de desarrollo y no ha abrazado, en contra de lo que muchos habían augurado en Occidente, una democracia de estilo occidental.
¿Qué puede hacer Occidente para rebajar su ansiedad respecto al ascenso de China?
Es aconsejable que deje atrás una mentalidad obsoleta de juegos de suma cero y se convenza de que el desarrollo de China traerá más oportunidades para otros países, no amenazas.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, propuesta por China, por ejemplo, ofrece oportunidades de cooperación y desarrollo para todos los países en un contexto de una economía mundial debilitada.
El enfoque de China ha tenido un buen recibimiento en muchos países, como demuestra la creciente inclinación en la comunidad internacional a buscar la participación de Beijing para hacer frente a los muchos desafíos a los que se enfrenta el mundo.
Además, Occidente debería respetar la diversidad de civilizaciones y tratar al resto de países como iguales, sin importar las diferencias culturales e ideológicas.
En lugar de preocuparse por el sistema político de China, debería considerarlo uno de los grandes experimentos sociales de la humanidad en busca del modelo de gobernanza ideal y analizar cómo funciona con una mentalidad abierta.
China sigue una estrategia de beneficio mutuo en sus relaciones con todas las naciones y tiene una visión de la gobernanza global caracterizada por las consultas, las contribuciones conjuntas y los beneficios compartidos. La historia nos dice que China siempre ha seguido un camino de desarrollo pacífico y que nunca ha pretendido lograr la hegemonía ni ha buscado expandirse.
Si Occidente aprendiese a aceptar el ascenso de China como una tendencia sin vuelta atrás, podría mostrar actitudes más deseables y políticas más inteligentes, lo que beneficiaría a ambas partes y al mundo en su conjunto.