BEIJING, 9 ago (Xinhua) -- Los conflictos comerciales no son nada nuevo en la historia económica de Estados Unidos e invariablemente se reproduce el mismo ciclo. Al principio EE.UU. intenta limitar la competencia y proteger su economía, pero rápidamente termina dañando la economía general.
La Gran Depresión de la década de 1930 es un caso perfecto. Debido a la presión económica, el presidente Herbert Hoover firmó el Acta de Aranceles Smoot-Hawley, que se aprobó como ley e incrementó los aranceles de más de 20.000 productos importados, lo que pronto generó impuestos de represalia de varios socios comerciales estadounidenses. En consecuencia, las importaciones y exportaciones de EE.UU. cayeron más del 60 por ciento, lo que exacerbó la depresión y dañó la economía global.
En las tres últimas décadas los conflictos comerciales de EE.UU. se centraron en diversas áreas, tales como los plátanos, la madera, el acero y los neumáticos. Sin embargo, unos aranceles más elevados sobre esos bienes no llegaron a beneficiar a la economía estadounidense, sino que empeoraron la situación para todas las partes.
El pasado es un prólogo.
EE.UU. ha emprendido la mayor guerra comercial de la historia económica. Para "hacer Estados Unidos grande de nuevo", espera eliminar el déficit comercial con China, ya que lo considera perjudicial para la economía estadounidense.
No obstante, China y EE.UU. dan cifras muy diferentes sobre el déficit comercial real. Según los datos de la Oficina del Censo de EE.UU., el déficit comercial con China se situó en un récord de 375.000 millones de dólares en 2017, mientras que las aduanas chinas calculan que el superávit del país con EE.UU. es de 275.000 millones de dólares.
"Las discrepancias estadísticas han inflado los cálculos de EE.UU. de su déficit comercial con China en cerca del 20 por ciento cada año", precisó Zhong Shan, ministro chino de Comercio.
Un iPhone, por ejemplo, juega un rol significativo en el sesgo del aparente déficit comercial de EE.UU. con China. Superficialmente el déficit parece ser de 375.000 millones de dólares, y solo los iPhone representan alrededor del 4,4 por ciento del total, pero la cifra verdadera es mucho más baja.
Como los aparatos de iPhone se ensamblan en China, las cifras principales incluyen casi el costo de fabricación entero de un iPhone, pero en realidad muy poco de ese dinero se gasta en China.
De acuerdo con IHS Markit, los componentes de un iPhone cuestan un total de 370,25 dólares, de los cuales 110 dólares se canalizan a Samsung Electronics en la República de Corea (RDC) por el suministro de pantallas. Otros 44,45 dólares se dirigen a Toshiba Corp. de Japón y SK Hynix de la RDC por los chips de memoria.
Otros proveedores procedentes de EE.UU. y Europa también tienen su parte, mientras que el ensamblaje, realizado por fabricantes contratados en China como Foxconn, representa solo entre el 3 y el 6 por ciento del costo de manufactura.
En este caso típico, ¿es justo afirmar que China obtiene todo el superávit comercial en sus exportaciones de iPhone a Estados Unidos?
EE.UU. tiene un problema, pero no es con China, sino en casa, apuntó Joseph Stiglitz, un economista estadounidense ganador del Premio Nobel. "EE.UU. ha ahorrado muy poco", escribió en un artículo reciente, en el que indica que los responsables de elaborar políticas estadounidenses deberían hacer todo lo que esté a su alcance para aumentar los ahorros nacionales para reducir el déficit comercial multilateral si tuvieran un ápice de comprensión de la economía y una visión a largo plazo.
El economista opinó que reducir considerablemente el déficit comercial de manera significativa resultaría difícil y agregó que el saldo comercial general de China, como el de EE.UU., se ve determinado por las políticas macroeconómicas.
La imposición de aranceles de EE.UU. sobre 50.000 millones de dólares de importaciones de China ya ha producido un efecto indeseado.
El déficit comercial general estadounidense aumentó el 7,3 por ciento en junio, según el Departamento de Comercio de ese país. Va camino de alcanzar el nivel más alto en diez años.
Tras casi 40 años de relaciones diplomáticas, los conflictos comerciales entre China y EE.UU. no son una novedad. La historia ha demostrado que los dos países nunca se han quedado cortos de formas útiles de navegar en aguas agitadas.
Un conflicto data de la década de 1980, cuando las dos economías tuvieron desencuentros sobre los textiles. Después de que ambas partes firmaran un acuerdo mediante negociaciones y de que los empresarios chinos incluso abrieran fábricas textiles en EU.UU, la industria textil se convirtió realmente en un terreno que había generado más empleos de manufactura en EE.UU. y creado más cooperación que confrontación.
La historia y las estadísticas han puesto de manifiesto que emprender una guerra comercial es inútil al final. Lo único que necesita Estados Unidos es hacer una elección sabia.