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La Cumbre del G-20 en Hangzhou se celebra en un momento oportuno

Actualizado a las 29/08/2016 - 15:54
Palabras clave:Cumbre,G-20

 Por Martin Jacques

Hangzhou,29/08/2016 (El Pueblo en Línea) - La próxima Cumbre del G-20 se produce en un momento apropiado dentro de la evolución y relación de China con la economía mundial y la pertinente gestión de la misma.

La entrada formal de China en la economía mundial se ha caracterizado por su adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. Desde hace más de una década y con el crecimiento económico promedio rondando el 10%, tal expansión llegó al punto que China se convirtió en la mayor potencia comercial del planeta y en el extranjero su inversión creció muy rápidamente desde una base elemental, aunque China optó por sentarse en la fila de atrás mientras aprendía sobre el manejo de su recién adquirida condición.

Pero en los últimos dos años, China ha pasado de ser un jugador pasivo a establecer un papel cada vez más activo. En lugar de ser un seguidor, es cada vez más un creador y un artífice de la globalización. A China ya no se le puede acusar de ser un jinete libre o de querer los mangos bajitos, que en cualquier caso siempre fueron acusaciones injustas contra un país en desarrollo recién llegado a la economía global. Los dos ejemplos más evidentes del nuevo protagonismo de China son la formación del Banco Asiático de Inversión para Infraestructura, que será una institución líder de Asia, con una composición de miembros que abarca Asia y Europa, y la iniciativa “Un cinturón, una ruta”, que promete ser el más ambicioso programa de desarrollo multinacional jamás emprendido.

El mayor problema que China enfrentará como anfitrión y presidente de la Cumbre del G-20 es que, si bien su alcance global se está extendiendo e intensificando en una variedad de mecanismos - BAII, OBOR, inversión directa en el extranjero, internacionalización del remimbi (moneda china) y de empresas chinas - el crecimiento del comercio internacional y de la inversión ha ido disminuyendo. Más grave aún, hay cada vez más señales de una revuelta popular contra la globalización. Los dos ejemplos más dramáticos de esta tendencia es el ascenso de Donald Trump y Bernie Sanders con argumentos de que la globalización ha perjudicado a los salarios y las perspectivas de trabajo de la clase obrera estadounidense. El otro ejemplo es el voto a favor del Brexit que decidió Reino Unido, con un 52% de la población a favor de salir de la Unión Europea después de 41 años de pertenencia a dicha coalición. La cuestión central es: ¿La globalización es poco consistente y comienza a fragmentarse?

Estas tendencias antiglobalizadoras no pueden menospreciarse porque gozan de una profunda oleada de apoyo popular en los EE.UU., Reino Unido y en otros lugares. El problema no es la globalización en sí, sino el tipo de globalización que ha sido implementada, dentro de la cual amplios sectores de la población de EE.UU. y Europa no se han beneficiado, mientras que una minoría ha acumulado más y más riqueza, agravando la desigualdad y fomentando el resentimiento.

Los cuatro temas elegidos para la Cumbre del G-20 en Hangzhou son muy relevantes. “Inaugurando un nuevo camino para el crecimiento” aborda el principal problema que enfrenta la economía global: el débil crecimiento. La ilustración más dramática de este particular se encuentra en Europa y Estados Unidos. Occidente nunca se ha recuperado totalmente de la crisis financiera y no muestra signos de poder hacerlo a corto plazo. La economía de la Unión Europea es apenas más grande de lo que era en 2007 y ahora se enfrenta a la casi segura perspectiva de una década perdida. Por su parte, los Estados Unidos lo han hecho un poco mejor, pero su tasa de crecimiento sigue siendo decepcionante. La respuesta política al estancamiento ha sido claramente insuficiente. Ellos se han basado en la política monetaria, y sobre todo en la flexibilización cuantitativa, lo que es un verdadero fracaso a la hora de reactivar el crecimiento.

El peligro real que enfrenta la economía mundial es un nuevo descenso del crecimiento, el estancamiento de Occidente, el debilitamiento de la integración y, por consiguiente, un giro hacia la fragmentación. Ahora es evidente que la crisis financiera occidental marcó el final de la era de la globalización, que se inició en la década de 1980.

La importancia de China es que, en términos globales, todavía mantiene un rápido crecimiento y mantiene su firme compromiso en resaltar la importancia de la globalización y la interdependencia entre naciones. El gigante asiático se encuentra en una posición de gran alcance para ofrecer un modelo futuro diferente, basado en el crecimiento, la cooperación y un mecanismo distinto de globalización. Occidente necesita adoptar una respuesta política otra, que reconozca la necesidad de impulsar la demanda efectiva. Eso no se puede lograr únicamente con la política monetaria. Los Estados Unidos, por ejemplo, tiene una infraestructura en decadencia que le impide crecer. Por ello, tiene que invertir grandes sumas en la renovación de su infraestructura como lo hizo en el New Deal, allá por los años 30.

La segunda prioridad identificada para la Cumbre: "por una gobernanza económica y financiera mundial más eficaz y eficiente". Es evidente que existe una crisis subyacente y se intensifica en esta área. No es necesario ser Albert Einstein para entender las razones. En los últimos 40 años el centro de gravedad de la economía mundial ha cambiado de los países desarrollados a los países en desarrollo. A mediados de los años 70, el mundo desarrollado representaba dos tercios del PIB mundial, sin embargo para el año 2030 se proyecta una cifra más cercana a un tercio. A pesar de esta realidad, la estructura del gobierno económico mundial ha cambiado relativamente poco durante las últimas décadas.

Los dos acontecimientos más importantes han sido la sustitución de facto del G-7 por el G-20 y los tardíos cambios en el sistema de votación del FMI y el Banco Mundial. A un nivel "informal" se han producido cambios mucho más dramáticos, en particular la formación del BAII, del Nuevo Banco de Desarrollo y el ascenso del renminbi como moneda de curso internacional. Además, la iniciativa “Un cinturón, una ruta” también va a prefigurar nuevos modelos bilaterales y multilaterales de gobierno. Estos condicionantes son el embrión de una nueva estructura de gobierno económico mundial que ya está en proceso de creación.

Por supuesto, cuando se habla de gobernabilidad se habla de poder y de cambio en la estructura del poder. El problema con la estructura formal que tenemos hoy en día es que no refleja la distribución del poder económico mundial. Una consecuencia importante de esto es que el FMI y el Banco Mundial ya no tienen el tipo de recursos - dependiente, en su mayor parte de los países occidentales y Japón - que se requieren para financiar una economía global mucho más grande, que se concentra cada vez más en el mundo en desarrollo. Un papel obvio para el Banco Mundial, se podría pensar, habría sido la financiación de obras de infraestructura en Asia. Pero debido a que se trata de una institución occidental, no tiene ni los recursos ni la voluntad política ni la prioridad para acometerla.

Dado el estado en que se encuentra Occidente y el hecho de que pronto habrán elecciones en los EE.UU., Alemania y Francia es difícil apreciar los avances más importantes que han tenido lugar en el G-20. De hecho, han tardado casi una década para celebrar una Cumbre del G-20 en China. Más aún, teniendo en cuenta que China (junto con la tasa de crecimiento de la robusta India) es actualmente el ejemplo más positivo de desarrollo de una economía global.

China se encuentra en el corazón del futuro de la economía mundial y de su gestión. La Cumbre del G-20 en Hangzhou será un momento histórico. Si además, China ofrece nuevas y creativas propuestas durante la Cumbre, entonces el magno evento será una ocasión memorable.

 

El autor es investigador del Instituto de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. 

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