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Casas de migrantes: El cielo de día, infierno de noche

Actualizado a las 07/02/2017 - 09:07
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Por Edna Alcántara

TIJUANA, México, 5 feb (Xinhua) -- La oportunidad de seguir estudiando, abrazar a sus padres todos los días, ver a sus amigos y casarse, es lo que perdió la mexicana Jazmín Ledesma, quien a pesar de haber vivido como residente en Estados Unidos fue deportada hace cuatro años a la fronteriza ciudad mexicana de Tijuana, algo que considera ilegal pues asegura que su único delito es ser drogadicta.

Jazmín fue detenida en 2013 en San Diego (EE.UU) por 24 horas, la llevaron aparentemente a una estación policial donde le pidieron que reconociera los cargos delictivos por los que la inculpaban y a cambio de ello la dejarían libre pero no fue así: "me engañaron".

Sin embargo, explicó en una entrevista concedida a Xinhua, al momento de sacarla de ese lugar donde estaba encerrada, le arrebataron sus documentos y le dijeron que sería deportada.

Su primera parada fue una casa migrante en esta ciudad fronteriza mexicana, misma que ha hecho su casa y que comparte con varias decenas de migrantes y otros tantos deportados por situaciones parecidas a la de ella, por drogadicción.

"La neta (la verdad) no quiero estar aquí, es muy duro y todo he perdido. Espero que mi mamá no escuche ésto pues es triste lo que ahora hago y ahora me arrepiento de tanta 'pendejada' (tonterías) pero aquí estoy y esa es ahora mi vida", declaró Jazmín al tratar de contener su llanto y luego de consumir una dosis de heroína.

La joven, de 26 años, explicó que junto con sus más de una decena de sus compañeros de cuarto salen de este albergue de día para conseguir trabajo, comida y algo de dinero para pagar su estancia o algunas necesidades, mientras que por la noche, se encierran para descansar, cenar y la mayoría, consumir drogas, principalmente heroína y marihuana.

"A veces uno no puede conseguir nada y he tenido que vender mi cuerpo. Sé que no es lo mejor pero es muy caro también vivir acá, hasta un cuadrito (pedazo) de papel de baño te cobran, madre, a veces no como y no es tan fácil pues nada es gratis aquí. Es un infierno y si pudiera regresar el tiempo le haría caso a mi madre que aún escucho dentro de mí cuando me dice: aprende de las cosas buenas y no de las malas", confesó la joven.

Mientras que Jazmín conversa con Xinhua sentada en su cobija y colchoneta desgastada, Tiffanny, de 23 años y con siete meses de embarazo, presenta a Robert, su pareja.

Tiffanny, de madre mexicana y padre estadounidense, nació en Estados Unidos pero de acuerdo con ella, no cuenta con un registro oficial de su nacimiento debido a que sus padres son drogadictos. "Nunca me registraron, me detuvieron y me deportaron a Tijuana".

En este albergue se encuentran también ciudadanos de otras nacionalidades, pero se identifican por la serie de tatuajes y cicatrices de agujas con las que consumen heroína.

Esta casa albergue se encuentra en un punto del corazón de Tijuana, donde existen otros tantos inmersos en esta ciudad atendiendo a miles de indocumentados que cada año intentan cruzar sin documentos a Estados Unidos, tratando de burlar las autoridades mexicanas y estadounidenses al buscar los caminos más complejos que incluyen algunos drenajes, boquetes y mallas rotas.

Actualmente, en las calles y dentro de albergues se ven muchos ilegales, particularmente haitianos, hondureños y salvadoreños que esperan el mejor momento para 'brincar' la frontera.

Sin embargo, también dicen estar consientes de los peligros que representa alcanzar el llamado 'sueño americano', y más ahora con el endurecimiento de medidas migratorias por parte del gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump.

"Realmente no sabemos que va a pasar con ese señor, que incluso de él se espera deporte a muchos latinos como nosotros y no sabemos en qué condiciones", aseguró Sara Sánchez de nacionalidad hondureña.

Sara, de 49 años, piensa en irse a Estados Unidos, donde en 2003 estuvo después de tres intentos pero que al final la detuvieron y deportaron.

Las condiciones en su país, explicó en entrevista a Xinhua dentro del albergue La Casa Madre Assunta, "son muy malas, no hay trabajo, crece la inseguridad y mi hijo, el más pequeño, está amenazado de muerte por delincuentes".

El endurecimiento de parte de Estados Unidos respecto a la migración, dificulta cada vez más para miles de mexicanos, centro y sudamericanos el alcanzar el llamado 'sueño americano' pues ahora ya no solo existe el temor de lograr cruzar la frontera, evitando al crimen organizado y burlando a las autoridades migratorias.

Su miedo ahora es distinto, "salvarse del presidente estadounidense, cuya imagen es de una persona xenofóbica y racista", explicó a Xinhua Salomé Limas, responsable de La Casa Madre Assunta.

La frontera entre México y Estados Unidos es de casi 3.200 kilómetros, a lo largo de la cual se pueden encontrar en algunos tramos bardas o láminas que lo dividen. Sin embargo, a finales de enero pasado y apenas a días de asumir su cargo en la Casa Blanca, Trump ordenó construir un muro en toda esa longitud, con la idea de detener el flujo migratorio ilegal y el tráfico de drogas.

Algunos expertos han asegurado que esta será una medida costosa que no resolverá ninguno de los dos problemas, pero generará tensiones con el gobierno mexicano por la propuesta de Trump de que sean los mexicanos los que paguen su construcción.

Actualmente, aunque de acuerdo a cifras oficiales, el número de personas que intenta cruzar ilegalmente a EEUU ha disminuido, mientras los riesgos por el contrario han aumentado pues no solamente se tienen que enfrentar las condiciones geográficas como desierto o el cruce a nado del Río Bravo, en donde muchos se han ahogado; también deben sortear al crimen organizado que utiliza a los inmigrantes como una mercancía muy lucrativa, principalmente mujeres y menores de edad para explotación sexual y trata de personas.

En los últimos dos años, de acuerdo con datos del gobierno mexicano y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), se estima que cerca de 400.000 centro y sudamericanos, en su mayoría salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, entran por la frontera sur de México con el objetivo de cruzar a EEUU, mientras que se estima que un máximo de 300.000 mexicanos emigran anualmente a territorio estadounidense.  

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