Los líderes de las siete economías más avanzadas se reúnen este jueves en la ciudad japonesa de Ise para celebrar la cumbre del G7, con la fuerte ambición de "dirigir el mundo" como punto de partida. No obstante, el club de los países ricos está descubriendo con embarazo que su influencia está en declive, en un momento en que el panorama político y económico global ha cambiado.
Japón, anfitrión de la cumbre que durará dos días, se ha comprometido a asumir "el liderazgo en la dirección del mundo mostrando el mejor camino para lograr la paz y la prosperidad regionales y globales". Tal aspiración de la presidencia rotatoria, de naturaleza positiva, es difícil de realizar, ya que el G7 afronta dificultades cada vez mayores, no solo en la dirección de la economía global, sino también en la superación de las diferencias entre sus propios miembros.
Fundado en los años 70, el Grupo de los Siete solía ejercer una influencia considerable en los asuntos globales, sobre todo en el campo de economía. Los cambios drásticos durante las últimas décadas han transformado de manera profunda la situación. El valor económico colectivo del grupo representaba aproximadamente dos tercios del valor total del mundo a principios de este siglo, pero esa proporción ahora ha caído hasta menos de la mitad del PIB global.
El potencial del crecimiento también se ha vuelto incierto para varios de los siete miembros del grupo, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, Canadá e Italia. Y lo que es peor, el G7 encuentra más difícil de administrar su coordinación interna.
Antes de la cumbre de Ise-Shimna, los líderes de Finanzas del G7, que se reunieron en Sendai, se mantuvieron divididos sobre las políticas monetarias, así como sobre las medidas comunes diseñadas para fortalecer el gasto público y apuntalar el crecimiento de la economía mundial.
Entre los miembros del G7, Japón y Estados Unidos están en desacuerdo sobre los mercados de divisas. Japón está reflexionando si continúa su flexibilidad monetaria, pero la Reserva Federal estadounidense canceló su política de relajación. Japón instó a fortalecer el gasto público para impulsar el crecimiento global, mientras a Alemania, otro peso pesado, no le gusta la medida.
Divergencias sobre políticas económicas, acompañadas por la incertidumbre política causada por las próximas elecciones presidenciales en EEUU y la posible salida de Reino Unido de la Unión Europea, también suponen desafíos para el "club de élite".
En el frente político y de seguridad, el G7, que en los 90 se amplió a G8 con la participación de Rusia, también se ha convertido en menos provechoso en el tratamiento de los asuntos globales. La suspensión de la pertenencia de Rusia al grupo a causa de disputas sobre el problema ucraniano abolió un importante canal para que EEUU y los principales países europeos busquen el diálogo con ese importante país.
Mientras la influencia del G7 se disminuye, organismos como el G20 se convierten en plataformas más relevantes y progresistas para que los líderes mundiales discutan medidas para enfrentarse a los desafíos globales, incluidos la crisis financiera y los obstáculos para la recuperación económica mundial.
El G7, por su parte, debe tener una imagen clara de lo cambiante de la situación, abandonar su comportamiento arrogante y hegemónico y buscar conjuntamente un nuevo modelo de relaciones internacionales caracterizado por la no confrontación, el respeto mutuo y la integración de los países en vía de desarrollo.
Como comentó la revista Time, "una vez los países del G7 gobernaron el mundo. Hoy, no tanto".