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Entrometerse en asuntos ajenos no ayudará a G7 a tapar su pérdida de influencia

Actualizado a las 26/05/2016 - 15:08
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La cumbre anual del Grupo de los Siete (G7) comenzará el jueves en Ise-Shima, en el centro de Japón. El mundo observa con gran interés lo que los líderes de las siete naciones más industrializadas discutirán y dirán este año.

Fundado a consecuencia de la crisis petrolera de los años 70 del siglo pasado, el G7, que agrupa a Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Canadá y Japón, tiene como objeto tratar conjuntamente los problemas económicos mundiales, poniendo el foco en la revitalización de los países occidentales.

Es innegable que el grupo desempeñó en el pasado un rol clave en los asuntos internacionales, tanto en el terreno económico como en el político.

Sin embargo, con el fin de la Guerra Fría y los rápidos cambios en el orden económico y político mundial, especialmente la crisis financiera global de 2008 y el ascenso de las economías emergentes, el G7 se ha topado con que su influencia decrece y su capacidad se debilita en muchos aspectos.

En realidad, la mayoría de los miembros del G7 están enfrentando ahora mismo graves problemas internos: Estados Unidos está paralizado por la política partidista, que ha enojado a muchos votantes y ha contribuido al surgimiento de candidatos contrarios a la clase dirigente, como Donald Trump, en este año electoral; la Unión Europea está luchando contra un posible "Brexit" y una crisis sin precedentes de refugiados; y Japón todavía no ha encontrado una salida al estancamiento económico de décadas.

En el interior del G7 también existen disputas y desacuerdos sobre importantes asuntos políticos y financieros, perjudicando la resolución y la acción del grupo. Por ejemplo, los responsables financieros de los miembros del G7 todavía están en desacuerdo sobre el tipo de cambio y los pasos coordinados para impulsar el gasto público, tras su reunión de dos días en Japón, que concluyó el sábado.

Los países miembros también toman actitudes diferentes hacia Rusia, que fue invitada a participar en el grupo en la década de los 90, pero fue "suspendida" en 2014 debido a la crisis de Ucrania.

En lugar de abordar con todos esos problemas, algunos miembros del G7 aún hacen declaraciones irresponsables e intentan añadir asuntos irrelevantes a la agenda del grupo.

Durante su reciente gira por Europa y el Sudeste Asiático, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha expresado repetidamente lo que define como "preocupación" sobre la construcción de instalaciones civiles y públicas de China en islas y arrecifes del Mar Meridional de China, describiéndolo como un acto de "militarización".

Analistas consideran que esto, en verdad, revela la agenda oculta de Japón: entrometerse en el asunto del Mar Meridional de China. El país, un actor completamente ajeno a la disputa en el Mar Meridional de China, parece que intenta aprovechar su estatus de anfitrión de la cumbre del G7 para atraer a más "aliados y simpatizantes" a fin de aislar a China en este asunto.

Estados Unidos no está evitando las intromisiones de Japón, dado que la agenda de Tokio se hace eco de su estrategia del "pivote hacia Asia".

Sin embargo, esta acción -- que obviamente provoca a China y posiblemente cause una escalada de la tensión regional -- resultará inútil, debido a que excede la actual influencia y capacidad del G7. Es más, refleja una persistente mentalidad de Guerra Fría.

El G7, a fin de no convertirse en obsoleto e incluso de afectar negativamente a la estabilidad y la paz globales, debe prestar atención a sus propios asuntos, más que señalar con el dedo a otros y alimentar los conflictos.

Los miembros del G7, que también pertenecen al G20 y a las Naciones Unidas, deben contribuir más al éxito de ambos mecanismos y ayudar a facilitar las tan necesitas reformas de la gobernanza global. Esta sería una buena vía para justificar ante el mundo la continuidad en la existencia del grupo.

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