José Velez sujeta una rama caída de una encina enferma que tiene en la actualidad amenazando su casa. ÁNGEL NAVARRETE
Madrid, 22/01/2018 (El Pueblo en Línea) - De chaval, José Velez fue en verano de excursión a El Escorial, un «día que hacía mucho calor en Madrid, pero allí hacía fresco». Se quedó enamorado de la naturaleza. «Algún día me gustaría vivir aquí», pensó. Tras estudiar Farmacia, y montar su propia farmacia en Aluche, cumplió su sueño y metió todo lo que tenía y se endeudó para hacerse con una parcela de la localidad, casi en el límite con Galapagar. Con tres obreros, se puso él mismo a construir la casa a modo rural, sin grandes lujos. Ladrillo a ladrillo. Durante tres años. «Siempre mantuve la parcela como estaba, no hay decoración, ni nada, yo quería vivir como en el campo», explica al lado de su casa, rodeada de fresnos y encinas, y donde un paseo por la finca, en pendiente, es en verdad como meterte en el monte, con bellotas repartidas por aquí y allá y la propia hierba y orografía naturales de la montaña. Cumplió su sueño durante diez años. Allí ha criado a sus hijos, ahora de 12 y 11 años, junto a su mujer.
Pero en 2010, su sueño comenzó a convertirse en una pesadilla que puede acabar con su familia desahuciada de la casa. Y todo por talar sin permiso municipal un fresno común que amenazaba su casa, destaca El Mundo.
«Tenía unos diez metros de alto. Un día después de una tormenta apareció inclinado sobre la casa, más de lo que estaba. Me dio miedo. Un amigo aparejador me dijo que amenazaba la casa y hablé con otro amigo que tenía una máquina para quitarlo. Tenía ramas secas, estaba enfermo», recuerda Velez.
Mientras lo retiraban pasaron frente a su casa dos policías municipales. Les invitó a un café «y me preguntaron si podían sacar fotos. Les dije que sí, les conté lo que pasaba y me dijeron que lo entendían».
Al cabo de tres o cuatro meses, el correo le trajo el susto de su vida: una notificación municipal de procedimiento de sanción de entre 100.000 y 500.000 euros por haber cortado el árbol sin licencia.
«Al principio no me lo creí», señala. Ahí comenzó una batalla administrativa y judicial de siete años que terminó el pasado diciembre, cuando el Tribunal Supremo, la última vía, rechazó revisar la sentencia del juzgado contencioso administrativo y ratificó la condena a pagar 100.000 euros de multa por una infracción muy grave prevista en la Ley de 2005 de Protección y Fomento del Arbolado Urbano de la Comunidad de Madrid.
De nada sirvió que presentara en el juicio un informe forestal realizado por un ingeniero agrónomo de junio de 2014, en el que consta que en la finca había varios árboles enfermos, desde mucho tiempo atrás, cuya poda o tala era necesaria por razones de seguridad, u otro informe del Seprona, de septiembre de 2016, en el que se hacía referencia a la existencia de tres árboles que debían estar afectados por alguna enfermedad porque estaban secos, con ramas caídas y con el suelo alrededor en descomposición. La Justicia no consideró probado que el primer árbol tuviera la enfermedad, aunque todo apuntara a ello.
Velez trató de todo, conmutar la multa por trabajos sociales -«me ofrecí a dar clases de Botánica y plantas medicinales»- o incluso plantar mil árboles pagados con su bolsillo, pero desde el Ayuntamiento le negaron cualquier solución.
Hace dos años comenzó a pagar la multa en mensualidades aplazadas, lo que le supondrá pagar más de 40.000 euros de intereses, y el poco dinero que tenía ahorrado se empieza a agotar, ya que paga más de 2.000 euros de la sanción todos los meses.
Este farmacéutico señala que no ha encontrado ningún caso en España tan brutal como el suyo.
«Hubo una persona que cortó un pinsapo superprotegido e histórico en la sierra de Grazalema y le cayeron sólo 5.000 euros. El que yo quité ni siquiera está protegido», aprecia Velez, que considera que lo que le ha pasado demuestra «que un Ayuntamiento puede destrozarle la vida a una familia porque le sale de las narices».
Desde el Ayuntamiento, el edil de Medio Ambiente considera también una «barbaridad» la multa, «pero nosotros sólo aplicamos la Ley, no podemos mirar para otro lado».