La aldea de Iidate, emplazada a unos 40 kilómetros de la central nuclear de Daiichi, en la prefectura de Fukushima, es hoy casi un pueblo fantasma.
Apenas se pueden detectar huellas humanas, las hierbas se están propagando, el agua sucia fluye por todos lados y no se oyen sonidos de ser viviente alguno, excepto unos pocos graznidos de cuervo.
El fotógrafo japonés Hida Shinsyuu ha visitado la zona nuclear contaminada más de 30 veces. Cuando mira a través de su cámara, a menudo no puede contener las lágrimas.
Es más, al ver que los "refugiados nucleares" que sufren enfermedades como el cáncer de tiroides no tienen a quién recurrir, lo que siente es una intensa ira.
"En Fukushima las familias que tienen pacientes de cáncer de tiroides están sufriendo soledad y dolor, ya que no quieren revelar las 'cicatrices' a sus familiares o amigos, ni quieren contarle a sus niños sobre la radiación nuclear", relata Shinsyuu.
En junio de 2015, el fotógrafo conoció a una chica en Fukushima que tenía cáncer de tiroides. Cuando estalló el desastre nuclear, la joven estaban en su ceremonia de graduación de la escuela secundaria.
El año siguiente fue diagnosticada del citado tumor y fue operada para extirpar la parte derecha de su tiroides. En su tercer año de bachillerato le quitaron los nódulos linfáticos.
Sin embargo, el cáncer de tiroides volvió cuando entró en la universidad, y tuvo que abandonar las clases para extirpar toda la glándula tiroidea.
La chica le contó a Shinsyuu que había soñado con que un día se convertiría en diseñadora. El abandono de las clases ha alejado ese sueño.
Sus padres están enfadados. Nadie ha asumido la responsabilidad por el sufrimiento de su hija. Les dijeron que la enfermedad no tiene nada que ver con Fukushima.
La chica es solo una de los 166 adolescentes que han sido diagnosticados de cáncer de tiroides o se sospecha que puedan tenerlo, de los cuales 116 han sido sometidos a intervenciones quirúrgicas.
Cinco años después de la crisis nuclear, los padres de los niños diagnosticados con cáncer de tiroides en Fukushima han formado un grupo para exigir que el Gobierno ofrezca pruebas convincentes de que el sufrimiento de sus niños no está relacionado con el accidente.
El profesor de epidemiología ambiental en la Universidad de Okayama Toshihide Tsuda detectó que la incidencia del cáncer de tiroides entre los niños de la prefectura de Fukushima fue en 2014, tres años después del desastre, entre 20 y 50 veces más alta que el promedio nacional.
Sin embargo, las autoridades han hecho oídos sordos a sus averiguaciones. El gobierno de la prefectura insiste en que los casos de cáncer y la radiación nuclear no están relacionados.
También hay carencia de centros de enfermería para ayudar a reducir la radiación nuclear, según Korobe Shinichi, un pediatra y consultor para la Fundación de Niños de Chernobyl.
"Tras recibir tratamiento en el centro de enfermería durante solo cuatro semanas, se reduciría un 30 por ciento el cesio radioactivo residual en el cuerpo humano", explicó Shinichi.
Sin embargo, tras el siniestro se pusieron en marcha bastantes menos instalaciones de este tipo de las que se establecieron después del desastre de Chernobyl.
Una encuesta de opinión conjunta efectuada en 2015 por el diario nacional The Asahi Shimbun y la prensa local de Fukushima mostró que más de 70 por ciento de residentes en la prefectura no están satisfechos con las medidas del Gobierno para afrontar las secuelas del desastre nuclear. Sin embargo, para un Gobierno empeñado en aparcar este asunto, la opinión pública importa poco.